El Gato Gourmet y la Pechuga de Pollo
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, un gato llamado Mateo que tenía un paladar muy especial. A Mateo le encantaba la comida, pero había un tipo de comida que le hacía ronronear de felicidad: la pechuga de pollo.
Un día, mientras Mateo paseaba por el barrio, se encontró con su amiga la ratoncita Lucrecia. Ella, curiosa como siempre, le preguntó:
"Mateo, ¿qué estás buscando hoy?"
Mateo, con los ojos brillantes, respondió:
"¡Pechuga de pollo! No hay nada que me guste más. Pero hay un problema..."
"¿Cuál es?" preguntó Lucrecia, intrigada.
"La señora Rosa, la abuela del vecino, siempre cocina pechuga de pollo, pero nunca me deja probar un poco. ¡Siempre la ve con sus gatos!"
Lucrecia pensó un poco y dijo:
"¿Y si le pides un poco? No cuesta nada intentarlo."
Mateo se sintió un poco nervioso, pero decidió que debía intentarlo. Así que con la ayuda de Lucrecia, se acercaron a la casa de la señora Rosa.
Cuando llegaron, Mateo, con su mejor voz de gato educado, dijo:
"¡Hola, señora Rosa! Me llamo Mateo y soy un gato muy educado. He oído que usted cocina la mejor pechuga de pollo de todo el barrio. ¿Podría probar un poco?"
La señora Rosa, sorprendida y riendo, le dijo:
"¡Oh, Mateo! Eres tan lindo, pero no me puedo resistir a un gato hablando. Te dejaré probar, pero solo si me haces un truco."
Mateo, más que dispuesto, se puso a dar volteretas y a saltar por el jardín.
"¡Ahora sí! ¡Eso fue espectacular!" exclamó la señora Rosa.
"¡Ahora, la pechuga!" pidió Mateo, ansioso.
"Un momento, un momento! Deja que la sirva primero. ¡No te apresures!"
Al final, la señora Rosa le sirvió un plato pequeño de pechuga de pollo y Mateo no pudo creerlo. Le dio un bocado y su sabor era el más delicioso que había probado.
"¡Es increíble!" exclamó Mateo, mientras Lamía su plato.
Sin embargo, ese día, mientras disfrutaba de su manjar, un viento fuerte sopló de repente y un grupo de gorriones comenzó a piar ruidosamente.
"Mateo, ¡hay un problema!" gritó Lucrecia, mirando hacia el árbol.
"¿Qué sucede?" preguntó Mateo, mientras se limpiaba la boca.
"Los gorriones están intentando robar la comida de la señora Rosa. ¡Necesitamos ayudarla!"
Mateo, aunque muy feliz por su pechuga, sabía que era momento de hacer algo.
"Tienes razón, Lucrecia. No puedo dejar que se lleven su comida. Voy a asustarlos con mis maullidos más fuertes!"
Así que Mateo, con su mejor voz de gato, empezó a maullar con todas sus fuerzas, haciendo que los gorriones se asustaran y volaran lejos. La señora Rosa, agradecida, le dijo:
"¡Eres un héroe, Mateo! ¡Gracias por cuidar mi comida!"
"No fue nada, señora Rosa. Solo quería ayudar y disfrutar de la comida también", respondió Mateo con una sonrisa.
"¿Sabes qué? A partir de hoy, tú tendrás un plato de pechuga de pollo cada vez que vengan mis amigos. ¿Qué te parece?"
Mateo no podía creerlo.
"¿De verdad? ¡Eres la mejor!"
Desde ese día, Mateo se volvió amigo de la señora Rosa y de Lucrecia, y cada vez que iba a visitarla, disfrutaba de un delicioso plato de pechuga de pollo, mientras aprendía sobre la importancia de compartir y cuidar a los demás.
Y así, entre aventuras, risas y comida deliciosa, Mateo descubrió que ser un buen amigo es aún más satisfactorio que disfrutar de su comida favorita.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
FIN.