El Gato Negro y la Magia de la Amistad
Era un día soleado en el barrio de Isabela, una niña curiosa y amable que siempre estaba lista para una nueva aventura. Mientras jugaba en su habitación, escuchó un suave maullido que provenía del jardín.
- ¿Qué será eso? - se preguntó Isabela mientras se acercaba a la ventana. Al asomarse, vio a un gato negro, animal y bastante desaliñado. Su pelaje era rizado y desordenado, y tenía ojos amarillos que parecían brillar como estrellas.
- ¡Hola, amigo! - exclamó Isabela, abriendo la puerta. - ¿Cómo te llamás?
- Miau... - dijo el gato, sentándose y lamiéndose una pata. No parecía tener ganas de hablar.
Isabela se agachó y, aunque el gato parecía un poco agresivo, no pudo evitar sentir que había algo especial en él.
- Te voy a llamar Sombra - decidió. - ¡Ven, ven! Te haré mi amigo.
Sombra no se movía. Isabela entendió que el gato estaba asustado, así que buscó un poco de comida. Regresó con un platillo lleno de trozos de pescado que había sobrado de la noche anterior.
- Aquí tienes, Sombra. Pescado fresco para un gato especial - le dijo con una gran sonrisa.
Sombra miró el pescado con desconfianza, pero al final se acercó y empezó a comer. Isabela lo observó emocionada.
- ¡Ves que no soy tan mala! - le dijo. - Los gatos no deben vivir solos, ¿dónde está tu familia?
El gato levantó la cabeza y la miró, parecía entenderla, pero no respondió. Durante los días siguientes, Isabela siguió alimentándolo y cuidándolo. Con el tiempo, Sombra comenzó a confiar en ella. Se daba cuenta de que Isabela era amable y lo quería de verdad.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Isabela se dio cuenta de que había algo extraño en el comportamiento de Sombra.
- Sombra, ¿por qué no juegas con los otros animales del parque? Tienes un salto increíble - preguntó curiosa.
- Miau... - respondió el gato, moviendo la cola rápidamente. - No quiero.
- Pero, ¿por qué? - insistió Isabela. - Todos podrían hacerte sentir bienvenido.
Sombra bajó la cabeza y se quedó en silencio. Después de un rato, Isabela decidió invitarlos a todos a jugar en su casa.
- ¿Y si organizamos un picnic? - sugirió Isabela entusiasmada. - Invitaré a todos mis amigos, ¡será genial!
El día del picnic, Isabela decoró el jardín con globos de colores y manteles. Los niños y sus mascotas llegaron, y rápidamente comenzaron a jugar. Sombra, al principio temeroso, observó desde una esquina, pero luego sintió que ya no estaba solo. Isabela lo miró y lo llamó:
- ¡Sombra, ven a jugar!
El gato, un poco dudoso, se acercó lentamente. Los niños le dieron la bienvenida, y pronto descubrió que jugar era muy divertido.
- ¡Mirá cómo saltan los otros gatos! - le dijo uno de los niños.
Sombra, sintiéndose más seguro, empezó a saltar y correr. La alegría lo invadió, y se dio cuenta de que los otros animales lo aceptaban.
- ¡Ve lo bien que te ven, Sombra! - le dijo Isabela emocionada. - Podés tener muchos amigos aquí.
Desde entonces, Sombra no solo se convirtió en el gato de Isabela, sino también en el rey del barrio. Todos los niños lo adoraban, y él se volvió más juguetón y feliz. Isabela aprendió que la amistad se construye con paciencia, a pesar de las apariencias.
Con el tiempo, Sombra dejó atrás su aspecto desaliñado. Su pelaje brilla y siempre está rodeado de amigos. Isabela se convirtió en su mejor amiga y nunca lo dejó solo, y juntos aprendieron que siempre hay espacio para nuevos amigos, sin importar cuál sea su apariencia.
Y así, el gato negro y feo se convirtió en el orgullo del barrio, demostrando que la verdadera belleza se encuentra en el corazón.
FIN.