El Gato Tramposo y la Lección del Bosque
En un pintoresco barrio, donde los árboles dan sombra a las casas y los pájaros cantan con alegría, vivía un gato llamado Gregorio. Gregorio era un gato muy astuto, pero tenía una característica que lo hacía destacar entre los demás: ¡era muy tramposo!
Cada día, Gregorio se dedicaba a hacer travesuras en las casas del vecindario. Su truco favorito era robar los deliciosos bocadillos que dejaban los niños en el patio mientras jugaban. Un día, el pequeño Tomás, un niño muy curioso, fue a jugar al patio de su casa y dejó ahí un plato lleno de galletitas.
Gregorio, al ver eso desde la ventana, no pudo resistir la tentación. "¿Cómo voy a resistirme a esas galletitas?", pensó. Así que, con suavidad, se escabulló hacia el patio.
Cuando estaba por llevarse las galletitas, escuchó una voz detrás de él. "¡Alto ahí!" Era la gallina Rita, que siempre estaba atenta a las travesuras del gato. "Te he sorprendido, Gregorio. ¡Esas galletitas no son para vos!"
Gregorio, en lugar de disculparse, sonrió y dijo: "¿Y qué pasa? Soy más astuto que vos. ¡Nadie me puede atrapar!"
Rita, que ya estaba acostumbrada a las tretas del gato, decidió actuar. "¿Sabés qué, Gregorio? Este bosque tiene un secreto. Hoy habrá una competencia de astucia y habilidad entre los animales. Si ganás, podrías llevarte todas las galletitas que puedas comer. Pero si perdés, te llevarás una lección muy importante."
Con su ego inflado, Gregorio aceptó. Así que esa misma tarde, todos los animales del bosque se reunieron para la competencia. Había patos, zorros, conejos y muchos otros. "¡Bienvenidos! La primera prueba es el juego del escondite", anunció el búho sabio.
Gregorio se sintió confiado, sabiendo que podría engañar a los demás. Cuando llegó su turno, se escondió detrás de un árbol, esperando a que todos lo buscaran. Sin embargo, en lugar de buscarlo, los animales formaron un círculo y decidieron trabajar juntos.
"¿Por qué perder tiempo buscando a Gregorio?", dijo la ardilla. "Hagamos que se salve solo. ¡Nosotros nos quedaremos aquí!"
Gregorio se aburrió de esperar y salió de su escondite, buscando a los otros. Pero al no poder encontrarlos, se sintió confundido. "¡Es una trampa!", gritó, "¡se están riendo de mí!"
La segunda prueba fue un laberinto, y Gregorio pensó que podía usar sus trucos para salir más rápido que todos. Sin embargo, se perdió en el laberinto, condenado a dar vueltas. Finalmente, se topó con un grupo de conejos que también estaban atrapados. "¿Nos puedes ayudar?" le preguntaron.
"Si, claro!", dijo Gregorio, creyéndose el héroe. Sin embargo, al intentar guiar a los conejos por el camino de salida, los confundió más aún. "¡Siempre sabía que eras un gato tramposo!", dijo uno de los conejos, "Nunca nos creímos que podrías ayudarnos."
Al final de la competencia, Gregorio quedó en último lugar. Se sentó solitario mientras todos los demás animales celebraban. Al ver a sus amigos felices, se sintió triste.
Rita se acercó y dijo: "Gregorio, quiero que sepas que no se trata de ganar o perder, sino de ser honesto y jugar limpio. Si hubieras jugado con nosotros, quizás hoy estarías sonriendo junto a todos."
Gregorio, avergonzado, entendió la lección. "Tenés razón, Rita. No debí ser tan tramposo. Aprendí que la verdadera diversión está en compartir y jugar con los demás. ¡Lo siento!"
Desde ese día, el gato cambió su actitud. Se unió a las actividades del barrio, ayudando a los niños a cuidar sus cosas, y prometió nunca más hacer trampa. Aprendió que ser astuto no era lo mismo que ser tramposo. ¡Ahora se divertía de una manera más honesta!
Y así, el gato Gregorio se convirtió en el mejor amigo de todos los niños del barrio, y por supuesto, nadie se resistía a compartir unas galletitas con él.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.