El gato y el mango


Había una vez un pequeño gato callejero llamado Tito, quien solía merodear por las calles en busca de aventuras. Un día, Tito descubrió un exquisito mango maduro que había caído en el patio de una casa.

Sin pensarlo dos veces, el travieso gato decidió saborear el delicioso fruto sin pedir permiso a nadie. La dueña de la casa, doña Rosa, lo descubrió en pleno festín. -Oh no, Tito, no deberías comer ese mango, podría hacerte daño -exclamó preocupada.

Pero el gato, con su panza llena, simplemente ronroneó y se acomodó para echarse una siesta al sol. Doña Rosa decidió no liberarlo hasta que el gato aprendiera una lección.

Los días pasaron y Tito se aburría cada vez más en el cautiverio. Sin embargo, la señora Rosa aprovechó la oportunidad para enseñarle sobre la importancia de pedir permiso y respetar lo ajeno. Con el tiempo, Tito comprendió su error y pidió disculpas sinceramente.

Impresionada por el cambio en la actitud del gato, doña Rosa decidió liberarlo, con la promesa de que siempre pediría permiso antes de tomar algo que no le perteneciera.

Desde ese día, Tito se convirtió en el gato más respetuoso y educado de todo el barrio, y su amistad con doña Rosa creció aún más fuerte.

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