El Gaucho Valiente y sus Aventuras con el Mate y la Torta Frita
En un pueblito del campo argentino, vivía un gaucho llamado Martín, conocido por su valentía y su gran amor por los mates y las tortas fritas. Un día soleado, decidió invitar a sus amigos, los animales del campo, a compartir un delicioso desayuno.
Martín se preparó, puso agua a calentar y eligió su yerba preferida. Cuando el agua ya estaba caliente, sirvió el primer mate.
"¡Mirá che, cómo humea!" - dijo Martín, mientras se acercaba la bombilla a la boca. Pero en su apresuro, no se dio cuenta de que el mate estaba demasiado caliente.
"¡Aaaah!" - gritó al quemarse la lengua. Todo el campo pareció temblar con su grito.
Los animales, asustados, se acercaron a ver qué pasaba.
"¿Qué te pasó, Martín?" - preguntó Pinta, la vaca que siempre estaba pendiente de su amigo.
"Me incendié la lengua con el mate, Pinta..." - respondió entre risas y lágrimas.
A pesar de la quemadura, Martín no se rindió. Con su lengua adolorida, decidió comer una torta frita que había preparado su abuela. Eran famosas en la región por su sabor, aunque a veces, salían más duras que una piedra.
"¡Qué ricas son las tortas fritas!" - exclamó Martín, mientras mordía con ganas. Pero apenas dio un bocado, escuchó un
"¡CRACK!".
Y, oh sorpresa, se le quebró un diente.
"¡Por favor! ¿Por qué hoy me están pasando estas cosas?" - se lamentó, ahora tocándose la boca mientras los animales no podían contener la risa.
"No te preocupes, Martín, fue sólo un diente. La lengua se va a curar, y el diente... bueno, ¡buey! , le colocarás uno nuevo!" - dijo el gallo Cantor, siempre con su humor.
Martín, con una dedosidad en la cara, les dijo:
"Sí, pero un gaucho sin diente no puede ni cantar al atardecer."
Y así, se le ocurrió una brillante idea:
"¡Voy a hacerme un diploma de valiente!" - anunció con entusiasmo. Con ayuda de Pinta, que le traía ramitas, y Cantor, que le dio un poco de barro para pegar, armó un pequeño cartel que decía “Martín, el gaucho valiente. Inmunidad a los mates y a las tortas fritas duras”.
Independientemente de su desgracia, Martín aprendió a tener cuidado con el mate caliente y a masticar más despacio las tortas fritas.
"La próxima vez tendré más paciencia. No hay apuro por disfrutar del mate ni por comer una torta frita. ¡La vida es bella cuando la savoreamos!" - dijo sabiamente.
Desde aquél día, Martín se convirtió en el maestro del mate en su pueblo, siempre compartiendo risas y enseñando a los más jóvenes a disfrutar con precaución. Y así, con su aún adolorida lengua y un nuevo diente, continuó contando su historia de manera divertida. Todos los animales se pusieron de acuerdo en hacer una fiesta para celebrar la valentía de Martín. Y, por supuesto, asegurarse de que los mates estuvieran tibios y las tortas fritas un poquito más blandas.
Y así, Martín el gaucho sigue siendo un héroe del campo, un ejemplo de perseverancia y de cómo convertir los pequeños accidentes en grandes lecciones de vida.
FIN.