El Gigante de la Colina



En un tranquilo pueblo rodeado de montañas, había una colina enorme que, desde lejos, parecía tocar el cielo. En la cima de esa colina vivía un gigante llamado Bruno, que era conocido entre los más pequeños del pueblo como "el gigante de la colina". Aunque su apariencia era imponente, Bruno tenía un corazón amable y siempre se preocupaba por los habitantes de la aldea.

Un día, mientras Bruno observaba a los niños jugar desde su colina, se dio cuenta de que todos parecían tristes. Se decidió a bajar y averiguar qué pasaba.

"¿Qué les sucede, pequeños?" - preguntó Bruno con voz profunda pero suave, haciendo que algunos de los niños retrocedieran un poco, asustados por su tamaño.

"Estamos muy tristes, señor gigante" - respondió Lila, una niña con trenzas. "No podemos jugar como siempre porque el árbol del centro del parque se ha caído y no tenemos dónde reunirnos."

Bruno sintió un nudo en su corazón. Él adoraba ver a los niños jugando y riendo.

"¿Por qué no lo restauramos juntos?" - propuso Bruno, recordando que él tenía una fuerza extraordinaria.

Los niños se miraron entre sí, dudando de que un gigante pudiera ayudarles. Sin embargo, decidieron confiar en él y se acercaron.

"¿De verdad puedes ayudar?" - preguntó Juan, el más atrevido de los niños.

"Sí, ¡seguro!" - respondió Bruno, sonriendo. "Vamos a buscar algunas ramas y flores para hacer un nuevo árbol que será aún más hermoso."

Juntos, comenzaron a reunir todo lo que podían encontrar. Mientras los niños recolectaban ramas, Bruno usaba su gran fuerza para levantar las piezas más pesadas y formar un tronco robusto. La tarde pasó volando entre risas y trabajo en equipo. Al final del día, el nuevo árbol se erguía orgulloso en el centro del parque.

"¡Es hermoso!" - exclamó Ana, admirando su obra. "Nunca había visto un árbol así. Gracias, Bruno."

"No lo hice solo, ¡lo hicimos juntos!" - dijo Bruno, orgulloso de lo que habían logrado.

Pasaron los días y el árbol se llenó de colores y hojas brillantes. Los niños, ahora felices de tener un nuevo lugar para jugar, decidieron invitar a Bruno a unirse a sus diversiones. La primera tarde de juegos, les propusieron realizar una carrera. Al principio, Bruno tuvo miedo de que su tamaño inconveniente lo ayudara en esa actividad.

"Soy un gigante, ¡seguramente me ganarían rápidamente!" - dijo él, asustado.

"Eso no importa, Bruno. Lo que realmente cuenta es divertirse juntos. ¡Vamos!" - instó Lila.

Y así, después de muchas risas, Bruno decidió participar, corriendo junto a los niños mientras ellos le enseñaban a jugar. Sorprendentemente, por cada carrera que habían hecho, Bruno siempre terminaba siendo el más lento pero siempre el más feliz.

Un día, mientras compartían historias bajo el nuevo árbol, apareció un visitante inesperado: un grupo de personas del pueblo vecino que querían conocer al gigante. Estaban asustados y reticentes, pero unos niños se acercaron a ellos.

"No tengan miedo, él es Bruno, ¡nuestro amigo!" - dijo Juan. "Vino a ayudarnos a construir este hermoso árbol."

Bruno, sintiendo que debía demostrar que no era un gigante aterrador, les sonrió. Sin embargo, comenzaron a murmurar entre ellos.

"Si él es tan fuerte, ¿por qué no puede ayudar a nuestro pueblo con los trabajos más difíciles?" - decía uno de ellos.

"No creo que quiera" - respondió otro. "Lo que quiere es jugar con esos niños."

Bruno, escuchando la conversación, no sabía si sentirse ofendido o triste. Rápidamente, Lila se dio cuenta de su expresión y dijo:

"Bruno, no tienes que hacer nada que no desees. Eres nuestra fuerza, pero también nuestro amigo. No necesitamos que ayudes a todos. Ser un buen amigo es más que ser fuerte."

Bruno sonrió, sintiéndose reconfortado por las palabras de su amiga. Con el tiempo, los visitantes comenzaron a ver que Bruno no era un gigante temido, sino un ser amable y generoso. Al poco tiempo, los pueblos de la colina y del llano comenzaron a unirse y hacerse amigos, celebrando juntos sus diferencias.

El gigante de la colina encontró muchos nuevos amigos, y con ellos, la felicidad de jugar y trabajar juntos se extendió por ambos pueblos. Ya no era solo el gigante de la colina: ahora era el gigante de la amistad.

Y así, Bruno aprendió que ayudar a otros no solo significaba utilizar su fuerza, sino también compartir sonrisas, risas y amor. Aunque el árbol siempre fue un lugar de encuentro, el verdadero crecimiento surgió de las conexiones que comenzaron a formar.

Desde aquel día, nunca olvidaron que la verdadera fuerza reside en los lazos de amistad y en disfrutar de lo que uno tiene en su corazón.

FIN.

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