El gigante de las castañas mágicas


Había una vez una Castañera llamada Martina, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Todos los años, cuando llegaba el otoño, Martina salía a la montaña para recolectar castañas y venderlas en la ciudad.

Un día, mientras caminaba por el bosque con su cesta vacía, se encontró con algo muy inusual: ¡un Gigante del Castañar! El gigante era amable y simpático, y le ofreció su ayuda para recolectar las castañas.

Juntos, Martina y el Gigante del Castañar recogieron un montón de castañas jugando y riendo. De vuelta en la ciudad, Martina tuestó las castañas en un gran fuego y su gato Marrameu se acercó curioso a olfatear el delicioso aroma.

La plaza se llenó rápidamente de transeúntes ansiosos por probar las castañas recién tostadas. Martina sonrió mientras vendía sus castañas calientes y doradas. Los niños corrían hacia ella emocionados por ese nuevo sabor que nunca habían probado antes.

Las familias disfrutaban de la calidez del otoño mientras compartían momentos especiales alrededor de las mesitas dispuestas por Martina. Pero algo extraño comenzó a suceder: las personas no solo compraban las castañas porque les gustaban sino también porque parecían tener poderes mágicos.

Algunos decían que les daban energía extra para jugar fútbol o estudiar mejor. Otros afirmaban que comerlas les daba valentía para enfrentar sus miedos.

La fama de las castañas de Martina se extendió por todo el pueblo y la gente comenzó a llamarlas "Castañas Mágicas". La plaza siempre estaba llena de personas que esperaban ansiosamente su turno para comprarlas. Martina y Marrameu trabajaban sin descanso, pero estaban felices porque veían cómo sus castañas alegraban a todos.

Un día, un niño llamado Tomás se acercó a Martina con una tristeza en los ojos. Le contó que tenía miedo de hablar en público y que eso le impedía participar en las obras escolares.

Martina le dio una bolsita con sus Castañas Mágicas y le dijo: "Come estas castañas antes de subir al escenario, te darán la valentía que necesitas".

Tomás siguió el consejo de Martina y cuando llegó el día del festival escolar, comió las Castañas Mágicas antes de subir al escenario. Para su sorpresa, no solo no sintió miedo sino que habló con confianza frente a toda la escuela. Los aplausos resonaron en el auditorio mientras Tomás sonreía orgulloso.

A partir de ese día, las Castañas Mágicas se volvieron aún más populares entre los niños del pueblo. Cada uno tenía una razón especial para comerlas: algunos querían correr más rápido, otros deseaban tener una memoria prodigiosa para aprender mejor en la escuela.

Martina era feliz sabiendo que ayudaba a los demás con sus maravillosas castañas.

Pero también sabía que no eran solo las castañas lo que hacía magia, sino el amor y la amistad que había compartido con el Gigante del Castañar y su fiel compañero Marrameu. Así, la historia de la Castañera Martina y sus Castañas Mágicas se convirtió en un cuento que se transmitía de generación en generación.

Y cada otoño, cuando las castañas volvían a caer de los árboles, Martina salía al bosque junto con el Gigante del Castañar para recolectarlas y llevar alegría a todos con su magia especial.

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