El Gigante de las Montañas
En un pequeño pueblo llamado Valle Verde, rodeado de imponentes montañas, vivía una leyenda que todos conocían, pero muy pocos comprendían. Se hablaba de un gigante que habitaba en las cumbres, un ser enorme cuya sombra cubría los campos en los días más soleados. La gente del pueblo, incluyendo a los niños, temía al gigante, creyendo que estaba ahí para asustarlos.
Sin embargo, lo que nadie sabía era que el gigante se llamaba Atilio y era, en realidad, un protector de la naturaleza. Su corazón era tan grande como su cuerpo, y siempre había estado preocupado por el bienestar del bosque y los animales que allí habitaban. Atilio había mostrado su bondad y necesidad de paz a los primeros habitantes del pueblo, pero ellos, en lugar de apreciar su presencia, lo habían rechazado, eligiendo vivir en armonía con la avaricia y el egoísmo.
Pasaron los años, y el gigante fue olvidado, hasta que un caluroso día de verano, un grupo de niños del pueblo decidió aventurarse a jugar cerca de las montañas.
"Vamos a explorar", dijo Sofía, la más valiente del grupo.
"¡Pero dicen que hay un gigante!", respondió Lucas, un poco asustado.
"No, no! Son solo cuentos. Nunca lo vimos, ¿verdad?", contestó Carla, tratando de tranquilizarlo.
Emprendieron el camino, riendo y jugando. A medida que se adentraban en el territorio del gigante, comenzaron a notar cosas extrañas: flores más grandes de lo normal, animales juguetones que nunca habían visto antes, y un aroma a tierra fresca que nunca había llegado al pueblo.
"Miren, ¡hay huellas enormes!", exclamó Lucas, mientras señalaba las marcas en el suelo.
"Quizás son de un dinosaurio", bromeó Sofía, echando a correr.
"¡O de un gigante!", gritó Carla, siguiéndola.
De repente, un temblor recorrió el suelo. Los árboles temblaron y las aves volaron espantadas. Los niños se asustaron y empezaron a gritar.
"¡Atilio!" resonó una voz profunda en el aire.
Los niños quedaron paralizados al escuchar aquel nombre. Y en ese momento, de entre los árboles, apareció Atilio. Su figura era inmensa, pero sus ojos brillaban con amabilidad.
"No tengan miedo, pequeños amigos", dijo con voz suave, "solo soy un gigante que cuida de estas montañas y de sus habitantes."
"¡¿Eres real? !", preguntó Lucas, admirado.
"Sí, soy real. Pero hace mucho que no veo a un humano. ¿Por qué temen a mi presencia?"
Los niños, incapaces de responder, se quedaron en silencio. Atilio continuó:
"Ustedes han olvidado que estoy aquí para ayudar. Este lugar es especial, y su bienestar depende de preservar la naturaleza. Cuando llegaron al pueblo, muchos dejaron de cuidarla. Los árboles son importantes, y cada animal tiene su rol. Pero aún hay tiempo para cambiar eso."
Los niños empezaron a entender el mensaje de Atilio. Piensan que quizás la verdadera leyenda no era sobre el miedo, sino sobre la responsabilidad.
"¿Qué podemos hacer?", preguntó Sofía.
"Pueden ser los mensajeros de la naturaleza. Solo tienen que enseñar a los demás a cuidar el bosque, a querer a los animales, a valorar lo que hay más allá de la vista."
Con la ayuda del gigante, los niños aprendieron a plantar árboles, a limpiar arroyos y a cuidar a los animales. Atilio, con sus grandes manos, les mostró cómo hacerlo y pronto se convirtió en el amigo secreto de Valle Verde.
Cada vez que alguien mencionaba al “gigante temido”, los niños se reían, porque sabían que había más alegría en su compañía. Bajo la sombra de Atilio, el pueblo prosperó y el bosque recuperó su esplendor.
Con el tiempo, Atilio se sintió tan feliz por el cambio que decidió regresar a su hogar en las montañas, asegurándose de que sus nuevos amigos cuidaran la naturaleza. Pero siempre prometió regresar si alguna vez lo necesitaban.
Y así, los habitantes de Valle Verde no solo encontraron en el gigante una leyenda, sino también a un amigo que les enseñó una de las lecciones más importantes: vivir en armonía con la naturaleza es el verdadero camino hacia la felicidad y la paz.
Desde entonces, cada vez que alguien ve una sombra pasar por las montañas, sonríe con cariño, recordando que es su amigo Atilio, el protector de la naturaleza.
FIN.