El Gigante de Villa Alegría


Había una vez en el pueblo de Villa Alegría, una plaza muy especial donde los niños se divertían todos los días.

En esta plaza había columpios, hamacas, juegos de madera y un enorme tobogán que era la atracción favorita de todos. Un día, mientras los niños jugaban felices en la plaza, un gigante amable y bondadoso llegó de sorpresa.

Este gigante era diferente a los demás: no le gustaba asustar a la gente ni romper cosas, él solo quería hacer amigos y divertirse como cualquier otro. Al principio, los niños sintieron miedo al ver al gigante tan grande, pero pronto descubrieron que era inofensivo y muy simpático.

El gigante les sonrió con ternura y les dijo:- ¡Hola! Soy Gigantito y vengo en paz. ¿Puedo jugar con ustedes? Los niños se miraron entre ellos y asintieron emocionados. Juntos jugaron a las escondidas, saltaron la soga e incluso organizaron una carrera hasta el tobogán.

Pero cuando Gigantito intentó subir por el tobogán para deslizarse, todos se quedaron sorprendidos. El tobogán no estaba diseñado para alguien tan grande como él, ¡era demasiado estrecho! - No te preocupes Gigantito -dijo Valentina, la niña más valiente del grupo-.

Vamos a encontrar una solución para que puedas deslizarte por el tobogán. Los niños comenzaron a pensar en ideas creativas para ayudar a su nuevo amigo.

Primero intentaron engrasar el tobogán con aceite de oliva, pero Gigantito quedó atascado en medio del camino. Luego probaron empujarlo desde arriba con todas sus fuerzas, pero fue en vano. Parecía que nada funcionaba.

Fue entonces cuando Tomás tuvo una brillante idea: recordó que en el depósito del abuelo había unos viejos neumáticos que podrían servir como salvavidas para Gigantito. Rápidamente fueron a buscar los neumáticos y los colocaron uno sobre otro formando una especie de colchón protector sobre el tobogán. - ¡Listo! Ahora puedes deslizarte sin problemas -exclamó Tomás emocionado.

Gigantito subió lentamente por las escaleras del tobogán mientras los demás lo animaban desde abajo. Y finalmente se lanzó por la resbaladiza superficie con una gran sonrisa en su rostro.

¡Wiiiiiii! Gritaba Gigantito mientras descendía a toda velocidad por el tobogán improvisado. Los niños aplaudían emocionados al verlo disfrutar tanto como ellos. Desde ese día, Gigantito se convirtió en uno más de la pandilla de Villa Alegría.

Juntos aprendieron que con creatividad, trabajo en equipo y amistad no hay obstáculo imposible de superar. Y así, cada tarde después de la escuela, los niños y Gigantito corrían hacia la plaza para seguir viviendo aventuras increíbles e inolvidables juntos.

Porque sabían que la verdadera magia está en compartir momentos especiales con aquellos que nos hacen sentir bienvenidos y queridos.

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