El gigante y los niños



En un pequeño pueblo al pie de una montaña, vivía un gigante llamado Goliat. Era un ser de gran estatura y fuerza, pero, a pesar de su aspecto imponente, tenía un corazón tierno y dulce. Sin embargo, los habitantes del pueblo lo temían y evitaban acercarse a él, pues creían que el gigante era peligroso.

Un día, un grupo de niños del pueblo, muy curiosos, decidieron aventurarse hasta la cueva en la que habitaba Goliat. La travesía fue emocionante, pero también llena de miedos e inseguridades. Al llegar a la cueva, escucharon un ruido fuerte que hizo temblar el suelo.

"¿Qué fue eso?" - preguntó Sofía, la más valiente del grupo.

"No lo sé, pero creo que deberíamos irnos" - respondió Martín, un niño que siempre pensaba en lo peor.

A pesar del miedo, la curiosidad llevó a los niños a acercarse un poco más a la entrada de la cueva. Y, de repente, el gigante apareció. Goliat tenía una mirada sorprendentemente triste.

"¡Hola!" - saludó Goliat, moviendo su mano como un árbol meciéndose en el viento. "¿Qué hacen ustedes por aquí?"

Los niños se quedaron boquiabiertos. Nunca habían oído a un gigante hablar, y mucho menos con una voz tan suave.

"Venimos a... a ver quién eres" - respondió Valentina, el alma inquieta del grupo.

"¿Quiénes son ustedes?" - preguntó Goliat, curioso. "¿Por qué me tienen miedo?"

Los niños se miraron entre ellos, sin saber qué responder. Sofía tomó la iniciativa y dijo:

"Porque... porque eres un gigante y todos dicen que los gigantes son peligrosos."

Goliat sonrió con tristeza. "No soy peligroso. Solo quiero amigos. No sé cómo jugar, pero me encantaría aprender. Mi única compañía son estas rocas" - y señaló un montón de piedras a su alrededor.

Los niños comenzaron a sentirse más cómodos. Goliat no parecía malvado en absoluto.

"¡Podemos enseñarte a jugar!" - exclamó Martín, emocionado.

"¡Sí!" - agregaron los demás al unísono.

Así que comenzaron a jugar diferentes juegos: escondidas, carreras saltando, incluso una especie de fútbol donde Goliat era la portería. Rieron tanto que el eco de su felicidad resonaba en las montañas. Goliat, con su gran tamaño, era el campeón de casi todos los juegos, pero intentaba no usar su fuerza para no desanimar a los niños.

"¿Por qué no vinieron antes?" - preguntó Goliat, mientras todos se sentaban a descansar.

"Te teníamos miedo" - admitió Sofía. "Pero nos dimos cuenta de que no eres lo que imaginábamos."

"Sí, somos amigos ahora" - añadió Valentina.

Sin embargo, la felicidad duró poco. Al día siguiente, al pueblo llegó un nuevo grupo de visitantes que escucharon sobre el gigante.

"¡Ten cuidado!" - gritó uno de ellos. "¡Ese gigante come niños!"

"Vamos a asustarlo, no podemos dejarlo aquí!" - propuso otro.

Los niños, al escuchar esto, se preocuparon por Goliat.

"¡No, él no es peligroso!" - gritó Sofía. "Es nuestro amigo. Debemos protegerlo!"

Los niños, decididos a ayudar a Goliat, corrieron hacia su cueva. Cuando llegaron, se encontraron con el gigante, que lucía preocupado.

"¿Qué pasa?" - preguntó Goliat con voz temblorosa.

"Hay personas que quieren hacerte daño porque creen cosas malas de vos" - explicó Martín.

"¿Qué puedo hacer?" - preguntó Goliat, angustiado.

"Vamos a mostrarles que no eres malo. Te ayudaremos a hacer una gran fiesta. Todos podrán conocerte y ver que sos bueno" - sugirió Valentina con una sonrisa.

Entonces, los niños comenzaron a planear la fiesta. Ellos mismos recolectaron adornos, hicieron pancartas de bienvenida y cocinaron bocadillos especiales, como galletitas de chocolate. Goliat se encargó de hacer una gran fogata y preparar un espacio donde todos pudieran compartir.

El día de la fiesta, muchos habitantes del pueblo llegaron, desconfiados al principio. Pero al ver a los niños felices jugando con Goliat, comenzaron a relajarse. Goliat hizo gestos alegres y ruidosos, lo que hizo reír a todos.

"¿Ves?" - le susurró Martín a Goliat. "No es como pensaban."

La noche estuvo llena de risa, juegos y baile. Muchos de los que habían llegado con miedo se quedaron maravillados por la bondad del gigante.

"¡Goliat! ¡Eres increíble!" - exclamó un niño del pueblo. "Nunca pensé que podrías ser tan divertido!"

"Gracias, amigos. Me alegra que ahora me conozcan" - dijo Goliat, sonriendo.

Desde ese día, el gigante dejó de estar solo y se convirtió en un miembro querido de la comunidad. Aprendió a jugar, a contar historias y compartir su amor por la naturaleza. Los niños del pueblo sabían que Goliat era un amigo inigualable, y todos aprendieron a no juzgar a los demás por su apariencia.

Y así, Goliat y los niños forjaron una amistad que duró toda la vida, recordando siempre que lo más importante era el corazón de una persona, sin importar cuán grande o pequeño fuera.

Años después, los niños crecieron y se convirtieron en adultos, pero nunca olvidaron las increíbles aventuras vividas junto a Goliat, el gigante que solo quería ser parte del mundo, demostrando que a veces, lo que más tememos puede resultar ser lo que más amamos.

FIN.

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