El Girasol de la Profesora Ana
Era un día soleado en la Escuelita del Barrio, un hermoso lugar donde todos los niños se reunían para aprender y jugar. La Profesora Ana, con su fresca sonrisa y su amor por las plantas, había decidido sembrar un jardín de girasoles en el patio de la escuela.
"Hoy vamos a plantar estas semillas de girasol, chicos", anunció Ana con entusiasmo.
"¿Girasoles?" preguntó Pedro, un niño siempre curioso.
"Sí, Pedro. Los girasoles son especiales porque siempre miran hacia el sol. Y, además, son muy hermosos", explicó la profesora con los ojos brillando de alegría.
Los niños se emocionaron y comenzaron a cavar pequeños agujeros en la tierra. Mientras lo hacían, la profesora les contó cómo los girasoles crecen grandes y fuertes, y cómo su color amarillo ilumina cualquier lugar.
"Cada girasol es único, como cada uno de nosotros", señaló Ana.
"¿Y cómo hacen para crecer tan altos?" preguntó Lucía.
"Los girasoles necesitan sol, agua y cariño. Es como nosotros, ¡necesitamos amor y cuidado para ser grandes!" dijo la profesora con una sonrisa.
Al día siguiente, Ana llegó a la escuela con una sorpresa para sus alumnos. Había traído una caja llena de sombreros amarillos con forma de girasol.
"¡Miren lo que tengo! Sombreros de girasol para todos!", exclamó.
Los niños brincaron de alegría y se los pusieron de inmediato. En ese momento, apareció Sofía, una nueva compañerita de la clase, que parecía un poco tímida.
"¿Puedo tener uno también?" preguntó Sofía con voz baja.
"¡Por supuesto!", dijo Ana, acercándose a ella.
Sofía sonriente aceptó el sombrero; sin embargo, durante el recreo, se quedó un poco apartada.
"¿Por qué estás sola, Sofía?" inquirió Pedro.
"Es que no conozco a nadie...", respondió ella mirada al piso.
"Ven, vení a jugar. Aquí no hay lugar para la soledad. ¡Vamos a formar un equipo de buscadores de girasoles!" propuso Pedro.
Ana observó cómo los niños se acercaban a Sofía, y su corazón se llenó de alegría. Así, juntos corrieron alrededor del patio, buscando hojas caídas que parecían girasoles.
Los días pasaron, y los girasoles empezaron a asomarse de la tierra, pero un día, cuando los niños llegaron a la escuela, vieron que alguien había arrancado varias plantas.
"¡Noooo! ¡Mis girasoles!", gritó Ana, muy preocupada.
"¿Quién podría haber hecho algo así?" se preguntó Lucía.
"No lo sé, pero debemos averiguarlo y ayudar a la profesora", comentó Pedro decidido.
Los niños hicieron un pacto:
"No vamos a dejar que alguien lastime nuestro jardín".
Se organizaron para vigilar las plantas y averiguar quién era el culpable. Así fue como se hicieron guardias con turnos, pasaban la información entre ellos y continuaban cuidando el resto de los girasoles que quedaban.
Una tarde, después de varios días de vigilancia, vieron un grupo de chicos grandes que intentaban arrancar las plantas nuevamente. Los niños de la clase, valientes, gritaron al unísono:
"¡Alto! ¿Por qué quieren arruinar nuestra clase de girasoles?"
Los chicos más grandes se sorprendieron.
"No es para tanto, solo queríamos un poco de emoción".
"¡Pero no es justo! Esto es nuestro proyecto y nos costó mucho trabajo!", replicó Lucía.
Ante la sinceridad y valentía de los pequeños, los chicos grandes se sintieron mal y decidieron ayudar.
"Lo sentimos. Vamos a replantar los girasoles y cuidarlos con ustedes".
Todos hicieron las paces, y los chicos grandes se unieron al proyecto de Ana, aprendiendo sobre los girasoles y su importancia.
Al final del año, los girasoles eran más altos que nunca, y todos juntos realizaron una gran fiesta en el patio, compartiendo el fruto de su labor.
"¡Estos girasoles son como una gran familia!", dijo Ana mientras brindaba con jugo de naranja.
"Sí, son el símbolo de nuestra amistad", agregó Pedro, sonriendo a Sofía.
Así, el jardín de girasoles no solo se convirtió en el más lindo de la escuelita, sino también en un símbolo de unión y amor.
Y así, la profesora Ana, los niños y sus nuevos amigos nunca olvidaron lo que un simple girasol pudo enseñarles sobre la amistad y el trabajo en equipo.
FIN.