El globo mágico


Había una vez un niño llamado Tomás, quien tenía dificultades cognitivas, motoras y lingüísticas. A pesar de sus limitaciones, siempre tenía una sonrisa en su rostro y un espíritu aventurero en su corazón.

Un día, mientras jugaba en el parque con su hermana Martina, vio a lo lejos un globo multicolor flotando en el cielo. Su curiosidad se despertó y decidió seguirlo.

Sin pensarlo dos veces, corrió tras él, pero tropezó con una raíz saliente del suelo y cayó al suelo. "¡Ay! ¡Me duele!", exclamó Tomás mientras se levantaba lentamente. Martina se acercó a él preocupada. "¿Estás bien, hermanito?".

Tomás asintió con la cabeza y señaló hacia el globo que seguía flotando en el aire. "Quiero atraparlo", dijo utilizando gestos para comunicarse ya que le costaba hablar. Martina sabía lo mucho que le gustaban las aventuras a Tomás, así que decidió ayudarlo.

Juntos buscaron algo para alcanzar el globo y encontraron una larga vara de madera cerca de un árbol. Con cuidado, Martina sostenía la vara mientras Tomás intentaba atrapar el globo con ella. Pero no importaba cuánto lo intentaran, parecían estar siempre a centímetros de distancia del objeto deseado.

Sin embargo, justo cuando estaban a punto de rendirse, escucharon una risa proveniente del árbol al lado de ellos. Miraron hacia arriba y vieron a un pequeño duende verde sentado en una rama.

"¡Hola, chicos! Veo que necesitan ayuda para atrapar ese globo", dijo el duende con una sonrisa traviesa. Tomás y Martina asintieron emocionados. "¡Sí, por favor!", exclamaron al unísono. El duende se balanceó desde la rama hasta llegar al suelo y les explicó su plan.

Juntos construyeron un artilugio ingenioso utilizando la vara de madera, una red y algunas cuerdas. El duende demostró cómo usarlo y luego le dio a Tomás el honor de intentarlo primero.

Tomás siguió las instrucciones del duende al pie de la letra. Concentrado, lanzó la red hacia el globo y para su sorpresa ¡lo atrapó!"¡Lo logré!", gritó Tomás lleno de alegría mientras abrazaba el globo con fuerza.

El duende aplaudió emocionado mientras Martina felicitaba a su hermanito por su valentía y perseverancia. Pero la aventura no había terminado aún. El duende invitó a los hermanos a seguirlo hasta un árbol hueco cerca del parque.

Dentro del árbol había un mundo mágico lleno de criaturas fantásticas y paisajes increíbles. Tomás se maravillaba ante cada nueva criatura que conocía, cada nuevo lugar que exploraba.

A pesar de sus dificultades, encontraba formas creativas de comunicarse con todos ellos: dibujando en la tierra, haciendo gestos o simplemente sonriendo ampliamente. A medida que pasaban los días en aquel mundo mágico, Tomás se volvía más confiado en sí mismo. Aprendió a superar sus miedos, a perseverar ante los desafíos y a nunca rendirse.

Finalmente, llegó el día en que Tomás y Martina tuvieron que regresar a casa. El duende les dio un último abrazo y les deseó lo mejor en su vida cotidiana.

De vuelta en el parque, Tomás miró su globo multicolor con cariño y recordó todas las aventuras que había vivido. Sabía que aunque tenía dificultades, siempre podría encontrar la forma de enfrentar cualquier reto que se le presentara. Desde aquel día, Tomás comenzó a ver el mundo de una manera diferente.

Ya no veía sus limitaciones como obstáculos insuperables, sino como oportunidades para crecer y aprender.

Y así fue como el niño con dificultades cognitivas, motoras y lingüísticas se convirtió en un ejemplo de valentía e inspiración para todos aquellos que lo rodeaban. Su historia demostraba que no importa cuán grande sea el desafío, siempre hay una manera de superarlo si mantenemos la mente abierta y el corazón lleno de esperanza.

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