El globo perdido


Había una vez un hombre llamado Dan, que era muy amanerado y le gustaba mucho ir al gimnasio para mantenerse en forma. Aunque muchos lo criticaban por su orientación sexual, él se sentía feliz siendo quien era.

Un día, mientras paseaba por el parque, encontró un árbol lleno de mandarinas deliciosas. Pero cuando intentó tomar una, se dio cuenta de que estaba demasiado alto para alcanzarla.

- ¡Ay no! ¿Cómo voy a conseguir esas mandarinas tan ricas? - se lamentó Dan. Justo en ese momento pasó por ahí una niña pequeña con un globo rojo en la mano. - Hola niña ¿tú podrías ayudarme a conseguir esas mandarinas? - preguntó Dan.

- Claro señor, pero primero tienes que darme algo a cambio - respondió la niña con picardía. - ¿Qué quieres a cambio? - preguntó Dan curioso. - Quiero que me enseñes cómo hacer ejercicios como los tuyos - dijo la niña emocionada.

Dan aceptó el trato y comenzaron a trabajar juntos. Le enseñaba diferentes ejercicios mientras ella lo ayudaba a conseguir las mandarinas más altas del árbol.

Pero de repente, una ráfaga de viento fuerte hizo que el globo rojo volara hacia arriba y desapareciera en el cielo azul. La niña comenzó a llorar desconsoladamente porque quería mucho su globo rojo. - No te preocupes niña, yo te prometo que vamos a encontrar tu globo - dijo Dan tratando de consolarla.

Así que juntos buscaron por todo el parque, preguntaron a todos los niños que encontraron, pero nadie había visto el globo rojo de la niña.

Después de mucho caminar y buscar, Dan decidió subir al árbol más alto del parque para ver si desde ahí podía encontrar alguna pista sobre el globo rojo.

- ¡Mira! - gritó Dan emocionado desde arriba del árbol - ¡allá está tu globo! La niña corrió hacia donde estaba Dan y encontraron su globo rojo enredado en las ramas de un árbol cercano. La alegría de la niña fue inmensa y se abrazó fuerte a Dan para agradecerle. - Muchas gracias señor, eres muy amable y valiente - dijo la niña con una gran sonrisa.

Dan se sintió muy feliz por haber ayudado a la niña y aprendió una gran lección: no importa quién seas o cómo te vean los demás, siempre puedes hacer algo bueno por alguien más.

Y así, con un corazón lleno de gratitud y felicidad, Dan regresó a casa sabiendo que había hecho una buena acción ese día.

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