El globo rojo de Rufus


Érase una vez en un lejano valle, vivía un simpático dragón llamado Rufus. A diferencia de los demás dragones, a Rufus no le gustaba asustar a la gente ni lanzar fuego por la boca.

Lo que realmente disfrutaba era volar por los cielos y explorar el mundo. Un día, mientras volaba sobre el bosque, Rufus vio algo brillante entre los árboles. Al acercarse, descubrió un hermoso globo rojo atascado en las ramas de un viejo roble.

Sin dudarlo, Rufus usó su aliento cálido para liberar el globo y lo atrapó con cuidado con sus garras. Rufus se sintió tan feliz al ver el brillo del globo rojo que decidió llevarlo consigo a todas partes.

El globo se convirtió en su fiel compañero de aventuras, flotando alegremente junto a él mientras surcaban los cielos. Un día, mientras sobrevolaban un prado lleno de flores multicolores, Rufus escuchó risas infantiles.

Intrigado, descendió suavemente hasta el suelo y vio a un grupo de niños jugando felices bajo el sol. "¡Qué bonito tu globo rojo!", exclamó uno de los niños señalando al objeto brillante que flotaba junto al dragón.

Rufus sonrió con orgullo y decidió acercarse a los niños para compartir su alegría. Los pequeños al principio sintieron miedo al ver al imponente dragón acercarse, pero pronto se dieron cuenta de que Rufus era diferente; tenía una mirada amable y cálida que les transmitía confianza.

"Hola chicos", dijo Rufus con voz amable. "Mi nombre es Rufus y este es mi amigo globo rojo". Los niños rodearon curiosos al gigantesco dragón y comenzaron a hacerle preguntas sobre sus viajes y aventuras por el mundo.

Fascinados por las historias de Rufus, los pequeños olvidaron todo temor y empezaron a reír y jugar juntos. "¿Puedo tocar tu globo?", preguntó tímidamente una niña. Rufus asintió con cariño y permitió que cada niño tocara su preciado globo rojo.

Los ojos de los pequeños brillaban de emoción al sentir la suave textura del globito entre sus manos. De repente, una ráfaga de viento fuerte amenazó con llevarse el globo lejos.

Los niños gritaron preocupados mientras veían cómo su nuevo amigo perdía control sobre él. Sin pensarlo dos veces, Rufus extendió sus alas gigantes y se lanzó velozmente hacia arriba persiguiendo al travieso globo rojo.

Con destreza e ingenio logró atraparlo justo antes de que se escapara más allá del horizonte. Los niños estallaron en aplausos y vítores ante semejante hazaña del bondadoso dragón.

Desde ese día en adelante, todos se convirtieron en amigos inseparables: jugaban juntos en el prado durante el día y observaban las estrellas por la noche desde lomos del noble Rufus.

Y así, gracias a la valentía y generosidad del dragoncito feliz con su globo rojo, aprendieron que la verdadera amistad no entiende de diferencias ni prejuicios; solo necesita amor sincero y momentos compartidos para perdurar eternamente.

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