El Gol de Alex



En un barrio tranquilo de Buenos Aires, un niño llamado Alex estaba entusiasmado. Era un atardecer perfecto para jugar al fútbol en el parque con sus amigos. El cielo se tiñó de naranja y rosa mientras el sol se ocultaba, y Alex sabía que hoy tenía que ser un gran día.

"¡Vamos, chicos!", gritó Alex, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras corría hacia la cancha. Su mejor amigo, Tomás, respondeu:

"¡Sí, hagamos muchos goles!"

Los amigos se juntaron alrededor de la pelota y decidieron formar dos equipos. Alex, que se sentía como un verdadero crack, comenzó a hacer jugadas espectaculares. La pelota parecía un imán para sus pies.

"¡Miren esto!", exclamó mientras driblaba a Juan y Federico con facilidad.

Con cada gol, el ánimo se elevaba. Risas, gritos de emoción y el sonido de la coca fría abriéndose en el fondo llenaban el aire.

"¡A disfrutar, chicos!", dijo Laura, la portera del equipo contrario, mientras veía cómo Alex metía el tercer gol de la tarde.

El grupo decidió hacer una pausa para refrescarse. Alex sacó una botella de coca y compartió con todos.

"¡Esto es lo mejor del mundo!", dijo Tomás, mientras tomaba un sorbo.

Las horas pasaron volando, y con la llegada de la noche, los amigos empezaron a cansarse. Justo en ese momento, la madre de Alex apareció al borde de la cancha.

"¡Alex! ¡Es hora de volver a casa!" dijo su mamá con una sonrisa.

"¡Ay, pero mamá! Solo un gol más, por favor!" suplicó Alex, sintiendo que el juego no debía acabar.

"Mañana será otro día, amor. Hay que descansar para que puedas jugar mejor" respondió su madre.

Alex se despidió de sus amigos, prometiendo que mañana volverían a jugar. Esa noche se fue a la cama soñando con el fútbol, con goles, risas y el aroma de la coca fresca.

Al día siguiente, Alex se levantó muy animado. Desayunó rápido y salió corriendo a buscar a sus amigos. Desde lejos, vio a Tomás, Juan y Laura en la cancha.

"¡Chicos, llegó el jugador estrella! ¡Hoy voy a hacer diez goles!", gritó mientras corría.

"¡Vamos a ver eso!", respondió Tomás emocionado.

Al llegar a la cancha, comenzaron a jugar y cada uno contribuyó de distintas maneras. Laura se convirtió en la estratega del equipo, mientras Juan ponía todo su esfuerzo.

"¡Estoy cansado pero feliz!", dijo Juan, tomando un trago de agua.

Pero justo en la segunda mitad del partido, una pelota salió disparada hacia un arbusto. Todos se detuvieron. Alex decidió ir a buscarla.

"¿Qué hay en el arbusto? Tal vez haya algo raro", pensó, curioso.

Al acercarse, descubrió un pequeño gatito atrapado entre las ramas. Alex no dudó un segundo.

"Chicos, ¡necesito ayuda! Hay un gatito!"

Los amigos se acercaron rápidamente y, con cuidado, sacaron al minino.

"¡Mirá qué lindo!", exclamó Laura, acariciándolo con ternura.

Alex se sintió feliz, no solo porque pudo ayudar, sino porque compartió ese momento con sus amigos.

"A veces los juegos más importantes son ayudar a los que lo necesitan", reflexionó Alex, mientras se iban todos juntos, llevando al pequeño gatito.

Esa tarde, no solo metieron goles, sino que también aprendieron el valor de la amistad y la solidaridad. Y así, cada día que pasaba, el grupo de amigos se hacía más fuerte, siempre listos para jugar y también para cuidar a los que los rodeaban. En el barrio de Alex, la felicidad nunca faltaba.

FIN.

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