El Golpeteo Misterioso



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de árboles y prados, una vieja casa de dos pisos. En su exterior, se podían ver manchas de pintura descolorida y ventanas cubiertas de polvo. La casa había pertenecido a doña Eulalia, una anciana muy querida por todos, que había vivido allí durante muchos años. Pero tras su partida, la casa había sido abandonada, y la mayoría de los habitantes del pueblo preferían no acercarse a ella por los rumores de que estaba embrujada.

Los niños del pueblo, sin embargo, eran curiosos y aventureros. Entre ellos, estaban Sofía y su amigo Tomás, dos pequeños muy inquietos y llenos de energía. Una tarde de verano, mientras jugaban cerca de la casa, comenzaron a escuchar un extraño golpeteo proveniente de la pared. El sonido era como un tamborileo rítmico y persistente.

"¿Escuchaste eso, Tomás?" - preguntó Sofía, mirando hacia la antigua casa. "¡Suena como si alguien estuviera llamando desde dentro!"

"¡Sí! ¿Deberíamos investigar?" - dijo Tomás emocionado.

Ambos amigos se miraron intrigados. No era común escuchar ruidos de esa casa.

"Vamos a ver qué hay, pero con cuidado" - sugirió Sofía, mientras caminaban hacia la pared tapada con ladrillos.

"¿Y si hay un fantasma?" - bromeó Tomás, aunque un poco asustado.

Con valentía, se acercaron a la pared. De repente, el golpeteo se detuvo, y todo quedó en silencio. Sofía, con su curiosidad al límite, se acercó aún más.

"Tal vez si golpeamos la pared, podamos responder" - sugirió.

Así que juntos, le dieron un leve golpe a la pared. Para su sorpresa, el golpeteo volvió, pero esta vez parecía un poco más fuerte. Sofía y Tomás se miraron asombrados.

"¿Qué está pasando?" - preguntó Sofía, entre susurros.

"No lo sé, pero esto es increíble" - respondió Tomás, animado por la aventura.

Decidieron volver al día siguiente, equipados con una linterna que había encontrado Sofía en su casa. A la mañana siguiente, repitieron su plan. Golpearon la pared nuevamente, y para su asombro, una pequeña grieta comenzó a formarse. Con cuidado, continuaron golpeando y, en un instante, un ladrillo se cayó, revelando un pequeño espacio.

"¡Mirá!" - exclamó Sofía, asomando la cabeza por el agujero.

"¡Es un túnel!" - gritó Tomás, emocionado.

Sin pensarlo dos veces, ambos se arrastraron por el espacio abierto. El túnel estaba cubierto de polvo y telarañas, pero era lo suficientemente amplio como para que pudieran pasar. El camino los llevó a una habitación secreta dentro de la casa, donde encontraron un montón de juguetes viejos y libros.

"¡Son juguetes!" - dijo Sofía, riendo. "¿Creés que pertenecieron a doña Eulalia?"

"¡Seguro!" - respondió Tomás. "Mirá, hay un trompo y hasta un libro de cuentos."

Mientras revisaban los objetos, Sofía encontró un viejo diario. Con un poco de esfuerzo, pudieron hojearlo y comenzaron a leer en voz alta.

"Mirá lo que dice aquí... 'Guardé estos juguetes para que los compartieran los niños del pueblo...'" - leyó Sofía, sorprendida.

"Esto es increíble. ¡Doña Eulalia quería que otros jugaran con esto!" - exclamó Tomás.

Conscientes de lo valioso que era aquel descubrimiento, Sofía y Tomás decidieron que debían compartirlo con los otros niños del pueblo. Regresaron a la casa y, con mucho esfuerzo, lograron tirar algunos ladrillos de la pared. Esta vez, el golpeteo era un sonido de alegría, de risas compartidas.

Invitaron a todos los amigos del pueblo, y juntos llevaron los juguetes a un rincón del parque. Los chicos jugaron y se divirtieron como nunca.

"¡Gracias, doña Eulalia!" - gritaron al unísono los niños, sintiendo que la creatividad y la amistad estaban reviviendo en ellos.

Así, la vieja casa dejó de ser un lugar temido y se convirtió en un símbolo de esperanza. Sofía y Tomás aprendieron que a veces los misterios más grandes están ocultos donde menos nos lo esperamos y que la alegría compartida tiene el poder de unir a una comunidad. Y desde ese día, el misterioso golpeteo en la pared ya no era un sonido de miedo, sino una melodía de risas y aventuras por venir.

FIN.

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