El Gran Acierto de Julián



Era un día soleado en la sala de 5 años del Jardín de Infantes "Arcoíris", y todos los niños estaban muy emocionados. Hoy era un día especial porque iba a llegar un nuevo compañero, Julián. Julián era un niño diferente a los demás; él se movía en una silla de ruedas, pero eso no lo detenía para ser un amigo genial.

Al llegar, los demás niños lo mirarón con curiosidad.

"Hola a todos, soy Julián!" - dijo con una gran sonrisa.

Algunos chicos se acercaron.

"¿Por qué usas eso?" - preguntó Valentina, apuntando con el dedo.

Julián, sin sentir que su respuesta fuera una obligación, sonrió aún más y contestó:

"Porque así me puedo mover. Es como si fuera mi superpoder para recorrer el mundo!"

Los niños se intercambiaron miradas sorprendidas. Nadie había pensado en eso.

"¿Superpoder?" - preguntó Lucas, entusiasmado.

"Sí! Así puedo conquistar cada rincón del jardín y hasta más allá! Vamos a jugar juntos!"

Esa alegría contagiosa hizo que los demás niños se acercaran. Comenzaron a jugar un juego que Julián había inventado. Era una carrera de relevos, donde hacían relevos empujando la silla de Julián.

"Yo soy el primero!" - dijo Agustín mientras empujaba la silla con todas sus fuerzas.

Pero cuando era el turno de Valentina, se dio cuenta de que empujar la silla era un poco más complicado de lo que pensaba.

"No puedo, es muy pesado!" - dijo con frustración.

Julián la miró con empatía.

"Si te parece pesado, podemos hacerlo juntos! Yo puedo dar un empujoncito!" - sugirió.

Valentina dudó un momento, pero al final, asintió. Juntos lograron avanzar más rápido y todos se rieron.

"¡Es mucho más divertido así!" - celebró Valentina.

Alentados por esa unión, decidieron que todos participarían. Se crearon dos equipos: los que empujaban a Julián, y los que saltaban obstáculos a su lado, como si fueran un par de aduaneros súper héroes.

La diversión fue creciendo, pero de repente, en medio de un salto, uno de los niños, Mateo, cayó al suelo.

"¡Ay, me lastimé!" - exclamó, con lágrimas en los ojos.

Los niños se acercaron preocupados.

"Ay, no, Mateo! ¿Qué te pasó?" - preguntó Julián.

"Me duele la rodilla..." - dijo Mateo, mientra que se sobaba la zona.

Julián pensó rápido.

"Chicos, ¿no podemos hacer una pausa? Tal vez deberíamos ayudarlos a curar la rodilla de Mateo. Podemos volver a jugar después!"

Los niños se miraron, y aunque querían seguir jugando, comprendieron que era importante ayudar a su amigo. Se acercaron a Mateo, lo rodearon y comenzaron a pensar en qué podían hacer.

"Podemos ir a buscar una curita!" - sugirió Agustín.

"Sí! Y yo puedo dar masajitos para que le pase el dolor!" - dijo Valentina al tiempo que intentaba imitar a su mamá.

Con un poco de ayuda, Mateo se sintió mejor y comenzó a sonreír.

"Gracias, chicos, son los mejores!" - dijo, emocionado.

"¡Y tú también! ¡Eres un héroe, Mateo!" - exclamó Julián.

A partir de ese día, Julián no solo había encontrado nuevos amigos en el jardín, sino que también había enseñado a todos a cuidar y disfrutar de cada momento juntos, sin importar las diferencias.

La sala de 5 años del Jardín Arcoíris se volvió un lugar lleno de risas y juegos inclusivos, donde cada uno encontraba su espacio, porque al final, todos tenían un superpoder: la amistad.

Y así, los niños aprendieron que no importaba cómo era una persona por fuera, lo importante era el corazón que había adentro. La inclusión mejoró sus días y todos se sintieron como héroes.

Y así se terminó la historia de Julián, el niño con un superpoder que los llenó de alegría a todos. Desde ese día, la sala de 5 años no solo fue un lugar para aprender, sino un espacio para compartir, reír, y sobre todo, integrarse.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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