El gran acto del 9 de julio
Era una mañana soleada en la escuela "Los Pinos", y todos los alumnos de séptimo grado estaban emocionados por el acto del 9 de julio. La maestra Clara, conocida por su paciencia y dedicación, estaba organizando todo para que el evento fuera un éxito.
Entre los estudiantes, estaba Mateo, un chico robusto, lleno de energía, pero que a menudo no se daba cuenta de su fuerza, lo que lo llevaba a tener comportamientos un poco disruptivos en clase. No era que quisiera molestar a nadie, simplemente no entendía cómo controlar su cuerpo y eso lo hacía sentir incómodo.
-Clara: "Chicos, este año vamos a hacer un baile tradicional para conmemorar la independencia de nuestra Argentina. Todos tienen que participar y, por favor, recuerden que lo más importante es disfrutar juntos."
-Mateo: "¿Baile? No sé, no soy muy bueno en eso. Además, siempre rompo algo..."
-Clara: "Mateo, no te preocupes. Solo necesitamos que te diviertas y que trates de seguir el ritmo. Estaré allí para ayudarte."
Mateo se quedó pensando. Las palabras de Clara le dieron un poco de esperanza. Aun así, lo que más le preocupaba era que su tendencia a ser un poco torpe lo hiciera parecer un tonto frente a todos. Cuando comenzaron los ensayos, sus movimientos eran un poco descontrolados.
Mientras sus compañeros se reían y disfrutaban, Mateo se sintió fuera de lugar y, sin darse cuenta, comenzó a hacer payasadas para llamar la atención.
-Sofía: "Mateo, siempre estás haciendo locuras... Te falta un poco de seriedad."
-Mateo: "Es que no sé cómo bailar. Si hago reír a la gente, al menos no se fijan en lo que me sale mal."
La maestra Clara rápidamente notó el comportamiento del chico y decidió actuar.
-Clara: "Mateo, ven acá un segundo. Quiero hablar contigo."
Mateo sintió que su corazón latía rápido. Pensó que tal vez Clara lo regañaría. Sin embargo, la maestra se agachó a su altura y le dijo:
-Clara: "Entiendo que sientas que no puedes bailar, ¿pero sabes qué? Todos somos diferentes. Solo necesitas encontrar tu propio ritmo y sentirte cómodo con tu cuerpo. Tres pasos hacia la izquierda, dos hacia la derecha y una gran sonrisa, eso es tu baile. ¿Te animas?"
Mateo respiró hondo y decidió darle una oportunidad. Durante la semana que siguió, se enfocó en lo que le había dicho Clara. Practicaba en casa frente al espejo, viendo cómo podía hacer movimientos más controlados y divertidos.
El día del acto llegó. La escuela estaba decorada y los padres comenzaron a llegar. Mateo se sentía nervioso, ¡pero también emocionado! Cuando fue su turno de bailar, miró a sus compañeros y vio sonrisas alentadoras.
Como un verdadero guerrero, Mateo se lanzó a la pista. Movió sus brazos y piernas con entusiasmo, y, sorprendentemente, todo fluyó. En un momento, hizo un salto y cayó de pie, haciendo un giro que causó aplausos y risas de alegría entre todos.
Al terminar su presentación, Clara aplaudió con todas sus fuerzas.
-Clara: "¡Eso es, Mateo! ¡Vimos tu danza y la disfrutamos mucho!"
-Los compañeros: "¡Bien hecho, Mateo! ¡Fuiste el mejor!"
Mateo se sintió más que nunca parte de un grupo. Había superado su miedo y, gracias a la aliento de Clara, había aprendido a encontrar su propio ritmo. A partir de ese día, se sintió libre de expresar su personalidad sin tener que recurrir a las payasadas, y descubrió que era posible divertirse sin descuidar el respeto a los demás.
Fin.
FIN.