El Gran Acuerdo de la Isla Mora



La isla Mora siempre había sido un lugar de armonía y respeto por el océano. Los habitantes de la isla, incluyendo a Lía, una joven pescadora, y su abuelo Rufi, vivían en sintonía con la naturaleza, cuidando desde pequeños las aguas cristalinas y los coloridos arrecifes. Lía solía decir: "Abuelo, cada vez que pesco un pez, siento que soy parte del océano". Rufi sonreía y le decía: "Así es, Lía. Siempre debemos recordar cuidar de nuestro hogar marino".

Esa tranquilidad duró hasta un fatídico día de verano. Lía y su abuelo se prepararon para ir de pesca, pero al llegar al arrecife en su pequeño bote, notaron algo extraño. "¿Abuelo, ves eso?" preguntó Lía, señalando al agua. Un grupo de peces nadaba de forma errática y otros parecían estar enredados en algo que los apresaba.

"¡Es un desastre!", exclamó Rufi. Ambos se acercaron y, al asomarse, vieron residuos plásticos y redes de pesca abandonadas que interrumpían la vida marina. Lía, con el corazón apretado, dijo: "No podemos dejar que esto continúe así. ¡Tenemos que hacer algo!"

Rufi, aunque preocupado, recordó que siempre había una manera de solucionar los problemas. "Lía, necesitamos hablar con los otros pescadores de la isla. Juntos, podemos encontrar una forma de restaurar nuestro océano".

Al regresar a la playa, llamaron a una reunión con todos los pescadores. A la mañana siguiente, el viejo faro se llenó de rostros curiosos. Lía subió al estrado y con valentía comenzó a hablar: "Amigos, debemos unir fuerzas para limpiar nuestras aguas. Esto nos afecta a todos y, sobre todo, afecta a los que vendrán después de nosotros".

Los murmullos llenaron la sala hasta que un pescador de larga trayectoria, don Francisco, dijo: "Es cierto, Lía. Pero, ¿cómo podemos hacerlo?"

Entonces Lía propuso una idea brillante: "Podemos organizar una gran jornada de limpieza del océano y reciclar todo lo que encontremos. Además, invitemos a los niños de la isla. Ellos serán los guardianes del océano en el futuro".

La idea captó la atención de todos y, poco a poco, comenzaron a planear una gran actividad para el próximo fin de semana. Todos se comprometieron a traer sus botes, redes y muchas ganas de trabajar por el bien del océano.

El día de la limpieza, las olas parecían animarse, como si el océano mismo lo celebrara. Lía y los demás pescadores zarpaban juntos, armados con bolsas y herramientas. La diversión no tardó en llegar. Los niños se disfrazaron de superhéroes del océano, gritando: "¡A limpiar se ha dicho!". Y así, entre risas y juegos, comenzaron a recoger plásticos, latas y todo tipo de residuos que afectaban a la vida marina.

Como parte del evento, don Francisco organizó una serie de juegos, y hasta una competencia para ver quién recolectaba más basura. "¡Yo voy a ganar, abuelo!", gritó un niño. Rufi rió y contestó: "Lo importante no es ganar, sino ayudar al océano, pichón".

Tras horas de trabajo, la playa recuperó su belleza y los corales comenzaron a respirar alivio. Lía miraba el agua limpia y se sintió llena de esperanza. "¿Ves, abuelo? ¡Juntos lo logramos!".

En ese instante, un grupo de peces coloridos apareció, nadando alegres y saltando sobre las olas. Todos gritaron de alegría al observarlos.

Con el tiempo, la isla Mora se transformó también en un centro de educación sobre el cuidado del océano. Lía y su abuelo participaban en actividades escolares donde enseñaban a los demás los secretos del mundo marino. "Siempre recordemos que el océano es nuestra casa y necesita nuestro amor y respeto para seguir siendo el hogar de tantas criaturas".

La isla Mora aprendió que cuando todos se unían por un mismo propósito, el amor y el respeto podían superar cualquier obstáculo. Y así, las generaciones futuras crecieron sintiéndose como verdaderos guardianes del océano, siempre recordando las palabras de Lía: "El océano es un regalo que debemos cuidar".

FIN.

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