El gran acuerdo entre el gato y los ratones



Había una vez una casa en un barrio tranquilo, donde vivía un niño llamado Marcos. Su mascota, un gato llamado Ñoño, era muy juguetón y tenía una gran habilidad para atrapar ratones. Sin embargo, los ratones que vivían en la casa de Marcos eran muy astutos y siempre lograban escaparse.

Un día, mientras Ñoño estaba echado en su almohadón favorito, un grupo de ratones comenzó a murmurar.

"No podemos seguir así. Cada vez que Ñoño juega con nosotros, se convierte en una cacería", dijo uno de los ratones más viejos, llamado Ratico.

"Sí, tenemos que encontrar una solución", añadió Mia, una ratoncita curiosa.

"Pero, ¿qué podemos hacer? No podemos hacer que se convierta en un gato vegetariano", se rió Piquito, el más pequeño del grupo.

Los ratones comenzaron a pensar en cómo podrían convivir con Ñoño sin que esto significara una constante huida. Ya habían probado hacer ruido para distraerlo o salir solo de noche, pero sus esfuerzos siempre terminaban en exclamaciones de sorpresa por parte del gato.

Una mañana, mientras Marcos estaba en el patio jugando, los ratones decidieron que era hora de hablar con Ñoño. Hicieron una pequeña reunión en la vajilla de cartón que Marcos había dejado afuera. Allí se habló de crear un plan.

Esa misma tarde, cuando Ñoño se estiraba en la ventana, Ratico se armó de valor y gritó:

"¡Ñoño! ¡Necesitamos hablar!"

Sorprendido, Ñoño se giró y vio a los ratones alineados en la mesa de cartón.

"¿Hablar? ¿De qué?", preguntó el gato, algo confundido.

"Queremos proponer un acuerdo. Sabemos que te gusta jugar con nosotros y no queremos que eso cambie, pero también queremos vivir en paz", contestó Ratico.

Ñoño se quedó en silencio por un momento y luego dijo:

"Interesante. ¿Qué tienen en mente?"

"Podemos jugar juntos, pero de una manera diferente. Podemos tener carreras, saltos y hasta jugar a las escondidas, pero sin que tú nos persigas de verdad. Así ambos podemos divertirnos".

"¿De verdad creen que eso funcionará?", preguntó Ñoño.

"Sí, y si lo hacemos bien, hasta podríamos hacer una competencia, ¡y el que gana se lleva un premio!", decidió Mia, emocionada.

Ñoño pensó que esto era una gran idea. Al día siguiente, todo estaba preparado: los ratones habían hecho un circuito con obstáculos y Ñoño sería el juez.

"¡Comencemos!", exclamó Ñoño mientras los ratones se alineaban.

"Una, dos, tres... ¡ya!", gritó el gato.

Los ratones comenzaron a correr, saltar y reír mientras Ñoño los observaba. Era un espectáculo divertido. Se olvidaron de la competencia y se concentraron en disfrutar del momento juntos.

Después de un rato, Ñoño vio algo que lo hizo sonreír. Todos los ratones, al terminar la carrera, se sentaron a descansar y uno de ellos, Ratico, dijo:

"Esto es mucho mejor que escapar de un gato. Ahora podemos convivir y ser amigos", lo miró y sonrió feliz.

"Tienen razón. La diversión es mucho mejor si la compartimos", dijo Ñoño, sintiéndose más conectado con sus nuevos amigos.

Desde aquel entonces, Ñoño y los ratones se volvieron inseparables. Se organizaban competencias, jugaban a las escondidas y hasta hacían picnics en el jardín de Marcos. Cada uno había aprendido a entender al otro y, de esa forma, encontraron una manera de vivir juntos en armonía.

La casa de Marcos se llenó de risas y buenos momentos, demostrando que colaborar y respetar a los demás puede traer muchas alegrías. Y así, todos aprendieron que la amistad es más valiosa que la competencia y que un buen acuerdo puede cambiar el rumbo de las cosas.

FIN.

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