El Gran Amistad del Tablero



En un lugar muy lejano, más allá de las estrellas brillantes, existía un planeta llamado Juegolandia, donde todo era un gigantesco tablero de ajedrez. Las piezas del ajedrez vivían como humanos, con sueños, anhelos y la necesidad de ser parte de un juego.

En Juegolandia, los peones eran conocidos por ser trabajadores y valientes. Cada día, se preparaban para avanzar en sus carreras, pero había algo especial en estos peones: eran amigos inseparables. Siempre se ayudaban entre sí, compartían risas y aventuras, y nunca se sentían solos.

Un día, al comenzar el Gran Torneo de Juegolandia, la tensión se apoderó de todos. Las piezas más grandes del tablero, como las torres, los caballos y las reinas, esperaban ansiosos el enfrentamiento. Pero los peones, en lugar de prepararse para luchar, se sentaron en una esquina del tablero a contar historias y disfrutar de la compañía mutua.

-No quiero competir. -dijo Pipo, el peón de la fila dos, mientras jugaba con un pequeño bits de madera. -Prefiero ser amigo de los demás.

-Pero Pipo, necesitamos competir si queremos llegar a ser más que peones. -replicó su amiga Pelu, una peona risueña. -Es lo que se espera de nosotros.

Mientras tanto, las piezas más grandes comenzaron a murmurar entre sí. El Rey, con sus grandes responsabilidades y su majestuoso andar, se acercó.

-Chicos, no saben la importancia de este torneo. -dijo con voz grave. -Los peones deben superar obstáculos y demostrar su valía.

-Peones, a la batalla, ¡a luchar! -gritó la Reina, mientras se preparaba para entrar en acción. Pero los peones, sentados y riendo, no parecían escuchar.

Fue entonces que el Caballo, curioso por naturaleza, se acercó a los peones.

-¿Por qué no quieren jugar? Este es el momento de brillar.

-Nosotros solo queremos seguir siendo amigos. -respondió Pipo. -No necesitamos competir para demostrar cuánto valemos.

El Caballo, que siempre había sido valiente y curioso, decidió que tenía que ayudar.

-Eso es muy admirable, pero piensen en esto: ¿qué pasaría si este torneo no fuera solo una competencia, sino una oportunidad de demostrar que la amistad también es importante?

Los peones, intrigados, comenzaron a pensar.

-¿Puedes explicarnos cómo? -preguntó Pelu con curiosidad.

El Caballo sonrió y tuvo una idea brillante.

-Formemos un equipo, un escuadrón de peones que compita con amistad. En lugar de competir entre nosotros y dejar que la presión nos divida, quedaremos unidos y jugaremos en conjunto. Cada uno puede aportar algo especial. Lo importante no es ganar, sino disfrutar del juego.

Los peones miraron al Caballo y sintieron una chispa de inspiración.

-¡Hagámoslo! -gritaron al unísono. Y así, juntos, se prepararon para el torneo. En lugar de pelear entre ellos, formaron estrategias, se apoyaron, y cada vez que uno avanzaba hacia el frente, los demás lo animaban.

El día del torneo llegó, y las piezas del tablero estaban emocionadas y ansiosas. El Rey dio la señal de inicio y, para sorpresa de todos, los peones mostraron una cohesión y alegría inigualables.

-Cuando uno de nosotros se mueve, todos avanzamos. -dijo Pipo mientras movía su pieza hacia el frente.

Lo que antes parecía imposible, ahora se había convertido en una guerra de amistad. Las piezas del tablero estaban impresionadas por la forma en la que los peones jugaban, celebrando cada pequeño triunfo. No eran los mejores, pero eran los más felices.

Los murmullos de la multitud crecieron, y el espectáculo se tornó emocionante. El Rey y la Reina, asombrados por su destreza y compañerismo, decidieron premiar a los peones. Al final del torneo, el Caballo se acercó al Rey y dijo:

-Rey, hemos demostrado que ganar no es lo único que importa. La amistad y el trabajo en equipo nos han llevado lejos.

-Así es, -respondió el Rey, con una sonrisa en el rostro. -Hoy, celebramos la unidad y el compañerismo. Llevaremos esto a todos los rincones de Juegolandia.

Desde ese día, los torneos no solo fueron competiciones, sino celebraciones de amistad, y los peones aprendieron que podían ser grandes sin dejar de lado lo que realmente importaba: los lazos que habían formado.

Y así, cada vez que un peón se movía, el resto de las piezas lo celebraban con alegría, recordando que el verdadero juego no es solo avanzar, sino disfrutar de la compañía de amigos. Fin.

FIN.

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