El gran arcoíris y la aventura de Sofía



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Colores, una niña llamada Sofía, que cada día miraba por la ventana buscando el arcoíris más hermoso del mundo. Sofía soñaba con ver más allá de las nubes, donde los colores danzaban y las criaturas mágicas existían. Una mañana, después de una fuerte lluvia, apareció el arcoíris más brillante que jamás había visto.

- ¡Mirá, mamá, el arcoíris! -exclamó Sofía con una sonrisa radiante.

Su mamá, que estaba en la cocina, respondió:- Sí, Sofía. ¡Es un espectáculo extraordinario!

Sofía decidió que iba a buscar el final del arcoíris. Sí, ese lugar donde, según decían, se escondía un tesoro. Así que, con su mochila llena de víveres —un sándwich, una manzana, un bollo de chocolate y un frasco de agua—, salió de casa sin dudar.

En el camino, encontró a sus amigos, Pedro y Luisa.

- ¡Nos vamos a buscar el tesoro del arcoíris! -les gritó entusiasmada, mientras los colores del cielo parecían depender de su energía.

Pedro la miró con incredulidad:

- Pero Sofía, ¡el arcoíris puede estar muy lejos! Y si solo hay una nube con forma de conejo, ¿qué hacemos?

- ¡No seas aguafiestas! -exclamó Luisa. - Si el tesoro es un montón de caramelos, me anoto de una. ¡Vayamos! -concluyó, haciendo una mueca divertida que hizo reír a todos.

Así, los tres amigos emprendieron su aventura. Mientras caminaban, Sofía les contaba sobre lo que imaginaba que había al final: enormes montañas de gomitas, ríos de chocolate y un sol que sonreía.

- ¡Sería increíble! -dijo Pedro. - ¡Un lugar donde todos los días son festivos, y los dulces crecen en árboles!

- ¡Y las flores hablan! -agregó Luisa. - ¡Hola, colibrí! -exclamó ella dirigiéndose a una pequeña ave que pasaba volando, como si pudiera contestarle.

Pasaron horas, y llegaron a un campo lleno de flores y árboles fantásticos. Pero no había rastro del arcoíris.

- A lo mejor hay que cruzar esa colina -sugirió Sofía, apuntando con su dedo.

- O a lo mejor el arcoíris se escapó! -dijo Pedro, riéndose a carcajadas.

Sofía empezó a caminar hacia la colina y de repente, se detuvo.

- ¡Ey, esperen! -gritó. - ¿Vieron esa sombra detrás de aquel árbol?

- Tal vez es un dragón -respondió Pedro, asombrado. - ¡Ay, no! ¡Un dragón de dulces!

Con valentía, se acercaron y descubrieron al amable guardián del arcoíris: un pájaro de plumas brillantes y ojos chispeantes.

- ¡Hola, pequeños! Mi nombre es Brillito, y soy el guardián de los colores.

- ¡Wow! -se asombraron los tres amigos a la vez. - Ahora sí que sentimos que estamos en una historia mágica.

Brillito les miró y les explicó que el verdadero tesoro no eran los caramelos, sino las aventuras y la amistad que compartían.

- La magia está en disfrutar cada instante, nunca en lo que se acumula -dijo el pájaro, mientras su plumaje reflejaba los colores del arcoíris.

- Pero... -interrumpió Luisa- ¿Podemos hacer una fiesta con los colores?

- Claro que sí. Por eso estoy aquí. -Brillito comenzó a revolotear, y de su pico comenzaron a brotar chispas de colores que iluminaban el cielo.

Así fue que los tres amigos celebraron una gran fiesta en el campo, rodeados de flores danzantes. Todos bailaban y reían, mientras los dulces y colores caían como lluvia.

Cuando finalmente Sofía volvió a casa, ya no se preocupaba por el tesoro, porque había encontrado algo mucho más valioso: a sus amigos y la magia de vivir aventuras juntas.

- Mañana, ¡nueva aventura y nuevos colores! -prometió Sofía, mientras el arcoíris se desvanecía lentamente en el horizonte.

- ¡Sí! ¡Y después las flores nos invitan a su fiesta! -dijo Pedro.

Y así, el verdadero tesoro fue la felicidad compartida, un arcoíris eterno en sus corazones.

Fin.

FIN.

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