El Gran Aventura de Emilito



Era un hermoso día soleado, y Emilito estaba muy emocionado porque su clase iba a un día de campo. Todos sus amigos, Valentina, Lucas y Sofía, también estaban en la excursión. La maestra, la señora Fernández, les había preparado muchas actividades al aire libre.

"¡Miren, miren!" - gritó Lucas al señalar hacia un arroyo brillante entre los árboles.

"¡Vamos a verlo!" - exclamó Valentina, con energía.

Cuando llegaron al arroyo, todos comenzaron a investigar y a jugar. Se olvidaron un poco de las reglas que les había dicho la señora Fernández sobre quedarse juntos. A Emilito le fascinaban las mariposas que volaban alrededor.

"¡Yo voy a seguir a la mariposa azul!" - dijo Emilito mientras se alejaba del grupo.

Al principio, la mariposa parecía danzar a su alrededor, y Emilito, emocionado, la siguió. Pero cuando se dio cuenta, ya no podía ver a sus amigos ni a la maestra. El corazón le latía fuerte.

"¿Dónde están todos?" - murmuró Emilito, asustado.

Decidió quedarse quieto y pensar en lo que había que hacer. Recordó lo que su papá siempre le decía:

"Si alguna vez te pierdes, trata de no moverte y espera a que te encuentren. Pero si decidís buscar, hazlo con mucho cuidado y sentido común."

Emilito miró alrededor. Se dio cuenta de que estaba en un bosque hermoso, lleno de árboles, flores y sonidos de la naturaleza, pero se sentía solo. Sin rendirse, pensó que podía explorar un poquito y así encontrar el camino de vuelta. Avanzó con precaución.

A medida que caminaba, encontró una ardillita que parecía perderse también.

"Hola, ardillita, ¿te gustaría ayudarme? Estoy perdido y busco a mis amigos."

La ardillita lo miró con curiosidad y comenzó a saltar, como si dijera que lo siguiera. Emilito sonrió al verla. Era un buen comienzo. Juntos buscaron caminos, pero pronto se toparon con una pequeña cueva.

"Vamos a investigar, quizás hay algo allí que me ayude a encontrar a mis amigos."

Entraron en la cueva, y Emilito encontró algunas piedras brillantes y también escuchó un ruido.

"¿Quién está ahí?" - preguntó valiente, aunque el corazón le palpitaba.

De la oscuridad salió un búho, con grandes ojos sabios.

"Hola, pequeño. ¿Qué te trae a mi cueva?" - dijo el búho, moviendo sus plumas.

Emilito, un poco nervioso, explicó lo que le había pasado.

"Estoy perdido y estoy tratando de encontrar a mis amigos."

"Ah, entiendo. El bosque puede ser confuso. Pero tú tienes una gran ventaja: la observación. Usa tus ojos y escucha el sonido de la naturaleza. ¿Qué puedes oír ahora mismo?"

"Escucho el canto de los pájaros."

"Bien, sigue ese canto y podrías encontrar un camino. Los pájaros siempre saben dónde hay gente."

Agradecido, Emilito salió de la cueva junto a la ardillita y comenzó a seguir el hermoso canto de los pájaros. Con cada paso, se sentía más esperanzado. Al rato, al girar un árbol, vio algo conocido: un grupo de niños en un claro. Era su clase.

"¡Señora Fernández! ¡Valentina! ¡Lucas! ¡Sofía!" - gritó, y su voz resonó en el aire.

La maestra y los niños se dieron vuelta.

"¡Emilito!" - exclamó Valentina corriendo hacia él "¡Estábamos tan preocupados!"

"¡Los encontré!" - dijo Emilito emocionado, mientras la ardillita se despidió y corría de vuelta al bosque.

"Nunca te alejes tanto, Emilito. Debes recordar que siempre debemos estar todos juntos." - le recordó la señora Fernández con una sonrisa.

"Lo sé, y fue un error mío. Pero aprendí que, a veces, es importante observar y escuchar. Eso me ayudó a encontrar el camino."

Todos se abrazaron y regresaron al área de picnic para disfrutar el resto del día. Emilito se sintió orgulloso de su aventura y aprendió que, aunque a veces nos perdamos, siempre hay formas de encontrar el camino de regreso si mantenemos la calma y somos observadores de nuestro entorno. Y así, aquel día en el campo se volvió una de las mejores experiencias de su vida, llena de aprendizajes y diversión.

FIN.

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