El Gran Aventura de la Amistad
En un colorido jardín de la escuela, un grupo de niños de preprimario estaba emocionado por una nueva aventura. Ángel, un niño ingenioso con una gran sonrisa, propuso una idea brillante para pasar el día.
"¡Chicos, juguemos a ser exploradores!" propuso Ángel emocionado.
"¡Sí! ¡Vamos a descubrir un tesoro escondido!" gritó Darwin, quien siempre soñaba con aventuras emocionantes.
Dawensky, un niño un poco tímido pero siempre curioso, prestó atención mientras pintaban planes en la tierra con un palito.
"Pero, ¿dónde encontraremos el tesoro?" preguntó Wislande, quien siempre miraba al cielo en busca de nuevas ideas.
"Podríamos buscar en el árbol gigante del jardín," sugirió Albelis, que siempre tenía un ojo agudo para la naturaleza.
Emocionados, el grupo se dirigió hacia el gran roble que unía sus juegos y sueños. De repente, se toparon con un mapa antiguo que alguien había dejado en el tronco.
"¡Miren! ¡Es un mapa del tesoro!" exclamó Darwin, con los ojos brillando.
"¡Voy a ser el capitán y guiaré el viaje!" dijo Ángel, haciéndose el líder del grupo.
El mapa indicaba que el tesoro estaba en una cueva mágica detrás de la escuela. El grupo se llenó de emoción y miedo a la vez. Decididos a encontrar el tesoro, comenzaron su camino.
Mientras buscaban, tuvieron que atravesar un pequeño río.
"¡Ay, no sé nadar!" dijo Dawensky, preocupado.
"No te preocupes, podemos construir un puente con ramas y piedras," sugirió Wislande, mostrándoles cómo hacerlo.
Luego de unos minutos de trabajo en equipo, lograron construir un pequeño puente y cruzar sin problemas. Pero al llegar a la cueva, encontraron una entrada oscura.
"¿Y si hay monstruos?" preguntó Albelis, un poco asustado.
"No hay monstruos, solo sombras," dijo Ángel tratando de calmar los nervios. "¡Vamos juntos!"
Encendieron una linterna que habían traído. Al entrar, se dieron cuenta de que las paredes estaban cubiertas de cristales brillantes que reflejaban la luz.
"¡Esto es hermoso!" exclamó Darwin, olvidando su miedo.
Mientras exploraban, encontraron un cofre antiguo cubierto de polvo. Al abrirlo, quedaron asombrados al encontrarlo lleno de dulces.
"¡El verdadero tesoro!" gritó Dawensky, llenándose las manos de caramelos.
Sin embargo, luego de probar un caramelito, se dieron cuenta de que podían compartirlo.
"¡En vez de quedarnos con todo, compartamos con nuestros amigos!" dijo Wislande iluminando la idea.
"¡Eso es! Haremos una fiesta de dulces para todos los niños de la escuela!" añadió Albelis alegre.
Así que en lugar de robar todo el tesoro, decidieron volver a su salón y organizar una gran fiesta. Al día siguiente, todos los compañeros de la escuela se reunieron para disfrutar de los ricos dulces y la increíble aventura.
"Esta fue la mejor aventura de todas," dijo Ángel.
"¡Sí! Y aprendimos que compartir es la parte más rica de la amistad," añadió Darwin.
Con ese hermoso valor, los pequeños exploradores reafirmaron su amistad y aprendieron que lo más valioso no era el tesoro en sí, sino cómo lo compartían juntos.
Y así, celebraron la amistad, la colaboración y la alegría de compartir con una deliciosa fiesta de dulces.
Y los chicos nunca olvidaron su gran aventura, recordando siempre que la verdadera riqueza está en la amistad y en compartir momentos juntos.
FIN.