El Gran Aventura del Arcoíris



Un soleado día en el barrio de Arcoíris, todos los niños estaban haciendo distintas actividades. Sofía, la niña que estaba bañándose, disfrutaba del agua burbujeante.

"¡Mirá qué burbujas tan grandes, mamá!", exclamó mientras chapoteaba.

Por otro lado, en el jardín, Juan y Valentina estaban limpiando hojas para tener un espacio más bonito para jugar.

"¡Vamos a hacer una fortaleza de hojas!", sugería Valentina mientras recogía con entusiasmo.

"Sí, pero primero terminemos de limpiar, así podemos jugar sin problemas", contestó Juan.

En la casa vecina, Mateo estaba durmiendo la siesta después de un buen almuerzo de carne y pollo.

"Zzz...", soñaba profundamente mientras su mamá lo cuidaba.

Un poco más lejos, mientras Sofía se lavaba los dientes, vio a Valentina, quien estaba metida en su propia aventura.

"¡Valentina! ¡Mirá ese hongo gigante en el tronco del árbol!", la llamó. Al acercarse, empezaron a preguntarse si sería mágico.

"Quizás es un hongo de la suerte", dijo Valentina intrigada.

De repente, un fuerte estruendo las distrajo. Dos carros chocaron en la esquina de la calle.

"¡Oh no!", gritó Sofía.

Decidieron ir a ver qué había pasado. Mientras corrían, una gota de agua cayó del cielo y se transformó en una pequeña lluvia de colores.

"¡Mirá! ¡Es un arcoíris!", exclamó Valentina sorprendida.

Al llegar al lugar del accidente, vieron a un caballo muy amistoso que parecía haber escapado del corral.

"¿Por qué no lo llevamos al granero?", sugirió Sofía.

"¡Sí! ¡Podemos montarlo y pedirle ayuda!", contestó Valentina con una sonrisa.

La idea fue todo un éxito y Sofía y Valentina se subieron al caballo, quien empezó a correr hacia el granero mientras Mateo despertaba al oír los relinchos.

"¿Qué está pasando?", preguntó Mateo medio aturdido, mientras se incorporaba.

Sofía y Valentina se lo contaron a toda velocidad.

"¡Vamos a ayudar también!", exclamó Mateo, sin dudarlo.

Así, todos juntos llevaron al caballo al granero y allí encontraron a un avión de papel que alguien había dejado volar antes.

"¡Mirá!", dijo Mateo emocionado.

"¡Es un avión de papel!", confirmó Sofía mientras se acercaba para atraparlo.

Pero en medio de esa alegría, el viento comenzó a soplar fuerte.

"¡Cuidado! ¡El viento se está volviendo loco!", gritó Valentina, aferrándose al caballo.

Justo entonces, una montaña majestuosa apareció en el horizonte, y un volcán se activó, lanzando una lluvia de cenizas. Todos corrieron a refugiarse.

Mientras se resguardaban, se dieron cuenta de que en medio de la ceniza había una roca brillante.

"¡Ese es el tesoro que nos manda la montaña!", dijo Mateo muy emocionado.

Así, decidieron que en lugar de asustarse, podían celebrar la belleza de la naturaleza. Empezaron a recoger las piedras brillantes y a reír mientras formaban figuras en el suelo usando ceniza y rocas.

"¡Hagamos un dibujo gigante de un arcoíris!", propuso Sofía, mientras todos se unían.

Mientras lo hacían, el clima claro regresó, formando un arcoíris radiante.

"Mirá cómo el sol y la lluvia juntos crean magia", reflexionó Valentina.

Al final del día, aunque habían vivido una aventura inesperada, entendieron que en cada giro que da la vida, hay siempre algo hermoso esperando ser descubierto. Así, decidieron que a la próxima tormenta no le tendrían miedo, sino que al contrario, esperarían la magia del arcoíris.

Al llegar la noche, jugando en casa, se prometieron hacer más exploraciones juntos y cuidar cada rincón de su barrio, porque juntos, cualquier aventura era posible.

"¡La próxima vez, busquemos un arcoíris real!", sugirió Mateo con una gran sonrisa.

Y así, los amigos siguieron tejiendo historias mágicas en su pequeño mundo, con el firme propóposito de descubrir siempre algo nuevo, siempre juntos.

FIN.

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