El gran baile de los animales



Había una vez en un bosque lleno de colores y sonidos agradables, un niño llamado Tomás que tenía una gran curiosidad por los animales. Todo los días después de la escuela, Tomás corría hacia el bosque para jugar, pero siempre sentía que sus movimientos eran un poco aburridos. Un día, mientras exploraba, escuchó un murmullo peculiar entre los árboles.

"¿Quién anda ahí?" - preguntó Tomás, mirando a su alrededor.

De entre las ramas apareció una simpática tortuga llamada Tati.

"Soy Tati, la tortuga. Estoy buscando a mis amigos para hacer una gran fiesta de baile. ¿Te gustaría aprender a moverte como nosotros?" - dijo la tortuga, moviendo lenta pero alegremente sus patas.

Tomás, emocionado, aceptó la invitación.

"¡Claro que sí! Pero… ¿cómo se mueve una tortuga?" - inquirió.

"Mirá, se mueve así: ¡pasito a pasito!" - respondió Tati, mientras Tomás comenzaba a imitarla, moviendo sus pies con gracia aunque un poco torpe.

Después de un rato, Tomás y Tati decidieron buscar a los otros animales para unirse a la fiesta. Al poco tiempo, se encontraron con una ágil ardilla llamada Sofía.

"¡Hola, Tati! ¿Quién es este humano que quiere bailar?" - preguntó Sofía, mientras brincaba de una rama a otra.

"¡Soy Tomás! Quiero aprender a moverme como ustedes" - dijo el niño, mirando fascinado cómo Sofía saltaba de un lado al otro.

"¡Perfecto! ¡Mirá cómo se hace!" - exclamó Sofía, saltando con energía. Tomás intentó imitarla, brincando de la misma manera.

"¡Bien hecho! Pero tené cuidado, que te podés caer del árbol" - rió Sofía, mientras Tomás caía al suelo, pero se levantó rápido para seguir intentando.

Con Sofía al lado, continuaron su aventura y, de repente, se encontraron con un elegante flamenco llamado Felipe.

"¡Hola, amigos! ¿Qué hacen por aquí?" - preguntó el flamenco, estirando sus largas patas.

"Estamos aprendiendo a movernos como los animales" - explicó Tomás.

"¡Eso es maravilloso! Te enseñaré a mover tus brazos como yo. ¡Hay que hacerlo con estilo!" - dijo Felipe, mientras movía sus alas con gracia. Tomás hizo lo mismo, estirando los brazos como si estuviera volando, mientras los tres reían juntos.

La fiesta seguía y pronto se unieron un oso llamado Oswald y una liebre llamada Lula.

"¿Qué tal si hacemos una competición de movimientos?" - propuso Oswald con una sonrisa.

Tomás se emocionó aún más y comenzó a imitar a cada uno de los animales mientras ellos mostraban sus mejores pasos. Todos se animaron en un frenesí de saltos, piruetas y movimientos divertidos. Sin embargo, en medio del juego, Tomás notó que llegó un grupo de animales que parecían estar desanimados, eran unos patos que estaban en la orilla del lago.

"¿Qué les pasa, amigos?" - preguntó Tomás al percibir su tristeza.

"No sabemos cómo movernos para unirnos a la fiesta. Siempre nos quedamos en el agua" - lamentó uno de ellos.

"¡No se preocupen! Yo les enseñaré también a ustedes!" - exclamó Tomás.

Entonces, se puso de pie junto al borde del lago y comenzó a imitar el movimiento de los patos nadando y chapoteando en el agua. Todos los animales se reagruparon y se unieron al juego, dándole la oportunidad a los patos de participar también.

Al final del día, el bosque se llenó de risas, saltos y chapoteos, formando una gran fiesta en la que cada animal y Tomás podían moverse como querían, compartiendo sus habilidades y aprendiendo unos de otros. A medida que el sol se escondía en el horizonte, Tomás se dio cuenta de que el movimiento era más que solo un baile; era una forma de conectar y disfrutar de la vida.

"Gracias a todos por enseñarme. ¡Hoy aprendí que cada uno se mueve de una forma única y especial!" - exclamó Tomás con una gran sonrisa.

Los animales aplaudieron y, juntos, disfrutaron de la última luz del día. Tomás sabía que siempre regresaría al bosque, no solo por los movimientos, sino por la amistad que había construido con sus amigos de cuatro patas, alas y aletas.

FIN.

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