El gran baile de los animales del bosque



Había una vez, en un bosque lleno de vida y color, un grupo de animales que soñaban con hacer un gran baile. La idea nació una mañana soleada, cuando el conejito Leo, con su energía inagotable, saltó sobre una piedra y gritó:

"¡Quiero que todos bailen! ¡Vamos a hacer un gran baile del bosque!"

Todos los animales, desde las ardillas hasta los ciervos, comenzaron a murmurar y a mirarse unos a otros, un poco dudosos. La tortuga Tula, con su voz pausada, dijo:

"No sé… Yo no sé bailar muy bien…"

"¡No importa, Tula!", exclamó Leo mientras movía sus brazos en círculos.

"Solo necesitamos un poco de práctica y muchas ganas. ¡Vengan!"

Así fue como todos comenzaron a prepararse. Leo organizó ensayos todos los días. Al principio, cada uno de los animales se movía con timidez. El zorro Pablo, por ejemplo, levantaba los brazos con recelo, mientras que la cierva Rita giraba la cintura nerviosa.

Pero un día, Leo tuvo una idea brillante:

"¡Vamos a hacer un juego! Cada uno de nosotros elegirá un movimiento y lo mostrará a los demás. Luego, todos deberemos imitarlo. ¡Así aprenderemos a bailar juntos!"

Y así, el primero en mostrar su movimiento fue el oso Hugo. Con un movimiento majestuoso, levantó los brazos por encima de su cabeza y giró, haciendo que su pelaje brillara al sol.

"¡Miren! ¡Así se hace!"

Todos se rieron, pero empezaron a imitarlo y fue entonces cuando la magia comenzó a suceder.

La ardilla Gigi hizo un salto enérgico y mientras caía, movió las piernas como si estuviera flotando.

"¡Ahora yo!" gritó.

Los movimientos se fueron multiplicando. La tortuga, aunque un poco lenta, decidió probar. Con mucha determinación, levantó sus patas delanteras e hizo un pequeño giro, lo que provocó un gran aplauso entre los demás.

"¡Bravo, Tula! ¡Lo estás haciendo genial!"

Incluso el ave Lina, que siempre estaba volando, decidió unirse. Ella usó sus alas, giró en una media luna y levantó las patas al ritmo de una música imaginaria que todos empezaron a escuchar en sus cabezas.

Todos se animaron, y uno a uno se fueron sumando a la coreografía del bosque. Sin darse cuenta, el baile se convirtió en algo espectacular; los animales, que al principio eran reacios, ahora se movían con alegría: girando, levantando brazos, y disfrutando de sus movimientos.

Sin embargo, cuando ya creían que todo estaba listo para el baile del gran día, apareció una gran tormenta. Las nubes negras cubrieron el cielo, y todos se asustaron al ver cómo el viento empezaba a soplar fuerte.

"¡Ay no! ¡El baile!", lloró Gigi.

"No podemos dejar que esto nos detenga", dijo Leo con voz firme.

"Hagamos el baile aquí, en la cueva, ¡donde estemos a salvo!"

Así que, moviendo las patas y girando la cola, los animales se acercaron a la cueva.

"Ahora, movemos los brazos así", dijo Hugo mientras levantaba los brazos.

No importaba que estuvieran dentro; su alegría inundó la cueva, y los ecos de sus risas retumbaban en las paredes.

Con cada salto, cada giro y cada movimiento, redescubrieron la importancia de la amistad y la diversión.

Finalmente, cuando la tormenta pasó, el sol brilló de nuevo. Los animales decidieron que aunque no habían podido bailar al aire libre como soñaron, habían creado recuerdos inolvidables y habían aprendido que lo más importante no era el lugar, sino hacerlo juntos, con alegría.

De ese día en adelante, el gran baile del bosque se transformó en una celebración semanal, donde todos los animales, incluidos Tula y los más tímidos, se animaban a bailar, girar y disfrutar.

"¡La próxima vez, hagamos un baile de estrellitas!" propuso Rita.

"¡Y con muchos movimientos nuevos!", añadió Gigi.

Así que el bosque siempre estuvo lleno de risas, música y danza, demostrando a todos que el verdadero baile está en el corazón y en la amistad.

FIN.

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