El gran baile del Taco y la milanesa



En un pequeño y colorido barrio de Buenos Aires, vivía un perro llamado Rufus. Rufus era un perro muy curioso y aventurero. Cada día, exploraba los rincones de su vecindario, siempre buscando algo nuevo que descubrir. Un día, mientras olfateaba entre las hojas de un parque, se encontró con un mapache llamado Roco.

- Hola, ¿quién sos? - preguntó Rufus, moviendo su cola emocionado.

- Soy Roco, el mapache. Estoy buscando algo divertido para hacer. - respondió el mapache, rascándose la cabeza.

Rufus, siempre listo para una aventura, le propuso:

- ¡Por qué no vamos a bailar! He escuchado que habrá una fiesta en la plaza esta tarde.

Roco se iluminó y exclamó:

- ¡Eso suena genial! Pero, ¿sabes bailar?

- Claro que sí, ¡me encanta! Solo que no tengo compañero. - dijo Rufus, un poco triste.

- ¡Yo puedo ser tu compañero! - dijo Roco, haciendo un pequeño salto de alegría.

Esa tarde, ambos se prepararon para la fiesta. Rufus vistió su mejor collar, mientras que Roco se puso un buen sombrero. Cuando llegaron a la plaza, notaron que era un lugar muy especial. La música sonaba alegre y coloridos banderines adornaban el espacio. La gente ya estaba empezando a bailar, y entre ellos había una enorme milanesa de cartón que alguien había colgado como parte de la decoración. Todos se reían y disfrutaban mientras la milanesa parecía moverse al compás de la música.

- ¡Mirá esa milanesa! ¿Te imaginas que podría bailar? - dijo Roco mientras señalaba la milanesa.

- ¡Sería increíble! Tal vez podamos hacer que se mueva realmente. - dijo Rufus, con una chispa de travesura en los ojos.

Ambos amigos se pusieron manos a la obra. Roco corrió a buscar una cuerda y Rufus trajo un branch que encontró. Juntos, comenzaron a hacer un tipo de marioneta con la milanesa que provocó risas entre los niños de ahí. Todos querían participar y pronto, la plaza se llenó de chicos y animales haciendo bailes alrededor de la milanesa.

Sin embargo, justo en ese momento, un grupo de niños empezó a quejarse porque no les dejaban bailar al lado de la milanesa y la música cambió a algo más rápido.

- ¡Eh, locos! No se arruinen la fiesta. - dijo un niño con un sombrero de fiesta. - ¡Bailamos juntos!

Rufus se dio cuenta de que la culpa no era de la milanesa, sino que todos querían disfrutar del momento. Así que decidió hablar.

- Esperen, ¡todos pueden bailar! - exclamó Rufus. - No necesitamos que la milanesa sea la única estrella. ¡Vamos a bailar todos juntos!

Roco, apoyando a su amigo, agregó:

- ¡Sí! ¡Cada uno tiene su propio estilo, así que podemos hacer una fiesta de baile! No importa si sos perro, mapache o niño, ¡lo importante es disfrutar!

Los niños se miraron unos a otros y empezaron a aplaudir. Las sonrisas regresaron a sus rostros, mientras cada uno comenzaba a mostrar sus mejores movimientos. La milanesa, por su parte, parecía feliz de ser el centro de atención, incluso aunque fuera de cartón. Juntos, hicieron que la fiesta siguiera adelante, con todos bailando sin parar.

Esa noche, mientras todos se divertían, los amigos aprendieron una valiosa lección. Rocco miró a Rufus y dijo:

- A veces hay que olvidarse de lo que creemos que nos hace únicos y disfrutar de lo que realmente importa: compartir y divertirse con los demás.

- Exacto, Roco. Cada uno tiene su forma especial de moverse, y eso es lo más lindo. - Rufus respondió con un guiño.

Al final de la fiesta, todos se despidieron con sonrisas en el rostro, con la promesa de bailar juntos de nuevo. Rufus y Roco habían creado una conexión especial, y así, aprendieron que la verdadera alegría de la vida viene de momentos compartidos, sin importar quién seas o cómo bailes, siempre hay un lugar en la pista para todos.

FIN.

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