El Gran Banquete de la Amistad

Había una vez una niña llamada Sofía que asistía a un colegio en Buenos Aires. Era una niña muy alegre y activa, pero había algo que la preocupaba: siempre lloraba durante el horario del comedor.

Un día, su amiga Ana se acercó a ella y le preguntó preocupada: "Sofi, ¿por qué siempre lloras en el comedor? ¿Te duele algo?". Sofía limpió sus lágrimas y respondió: "No, no me duele nada.

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Es solo que no me gusta la comida del comedor". Ana se sorprendió y dijo: "Pero Sofi, todos los días traes tu lonchera con comida rica de tu mamá. ¡Podrías comer eso en lugar de lo del comedor!".

Sofía bajó la mirada avergonzada y explicó: "Es que mi mamá quiere que coma lo mismo que mis compañeros para aprender a compartir". Ana sonrió comprensiva y dijo: "Entiendo. Pero tal vez podríamos encontrar una solución juntas".

Ese mismo día, Ana fue al encuentro de Martín, el encargado del comedor escolar. Le contó sobre la situación de Sofía y le pidió si podían permitirle traer su propia comida al comedor sin sentirse mal por ello. Martín escuchó atentamente y comprendió la situación.

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Decidió hablar con los demás niños para explicarles lo importante que era respetar las decisiones alimenticias de cada uno. Al día siguiente, cuando llegaron al comedor, Martín anunció frente a todos los niños: "-Chicos, hoy tenemos una novedad especial-.

A partir de ahora permitiremos que Sofía traiga su propia comida al comedor sin sentirse mal por ello. Esto nos ayudará a aprender sobre la importancia del respeto y la tolerancia".

Todos los niños aplaudieron emocionados y Sofía sonrió de oreja a oreja. Desde ese día, en el comedor se creó un ambiente de respeto y comprensión hacia las diferentes elecciones alimenticias de cada niño.

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Algunos decidieron traer sus propias loncheras también, mientras otros seguían disfrutando de la comida del comedor. Sofía se sintió muy feliz al ver cómo todos sus compañeros aceptaban su decisión sin juzgarla. Además, descubrió que algunos platos del comedor eran más sabrosos de lo que pensaba y empezó a probarlos con curiosidad.

Poco a poco, Sofía dejó de llorar en el comedor y comenzó a disfrutar tanto de su propia comida como de las opciones del colegio.

La amistad entre ella, Ana y Martín se fortaleció aún más, convirtiéndose en un equipo que promovía el respeto y la inclusión.

Y así fue como una pequeña situación incomoda se transformó en una gran lección para todos los niños del colegio: aprender a respetar las decisiones personales y entender que cada uno tiene gustos o necesidades diferentes. El fin

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