El Gran Cambio en Versalles
Había una vez, en un reino lejano conocido como Francia, un lugar lleno de castillos, reyes y reinas. En el pueblo de Versalles, la gente se encontraba muy preocupada. Los nobles vivían en enormes palacios, disfrutando de banquetes lujosos, mientras los campesinos luchaban para conseguir suficiente comida para sus familias.
Un día, un grupo de niños se reunió en la plaza del pueblo. Entre ellos estaban Lucía, una niña curiosa; Tomás, un niño valiente; y Sofía, una pequeña soñadora que siempre tenía muchas ideas.
-Tomás -dijo Lucía- ¿no te parece que es injusto que los nobles tengan tanto y nosotros tan poco?
-Sí, Lucía -respondió Tomás-, yo creo que necesitamos hacer algo al respecto. ¡La gente debería poder compartir lo que tiene!
-¡Exacto! -añadió Sofía, entusiasmada-. Podemos organizar una reunión en el pueblo y hablar con todos. ¡Podríamos hacer que nuestras voces sean escuchadas!
Los niños se pusieron a trabajar. Prepararon carteles y convocaron a todos los habitantes de Versalles a una reunión en la plaza. Cuando la gente comenzó a llegar, Sofía tomó la palabra.
-Queridos vecinos -comenzó Sofía-, ¡hoy estamos aquí para hablar de nuestras preocupaciones! Los nobles viven en abundancia y nosotros luchamos día a día. ¿No merece todos una vida mejor?
La gente comenzó a murmurarse entre sí, algunos asintieron con la cabeza, mientras otros parecían dudar. Entonces, Tomás se acercó y dijo:
-Para cambiar las cosas, necesitamos un plan. Un plan que incluya a todos. ¿Qué les gustaría que pasara?
La multitud comenzó a compartir ideas. Alguien sugirió que todos deberían tener un lugar en el consejo del reino. Otro propuso que se hicieran leyes que ayudarán a los más necesitados. Así, la emoción creció y pronto muchos enfurecieron.
-Basta de injusticias. ¡Queremos ser escuchados! -gritó Lucía, levantando su brazo al aire. La multitud estalló en aplausos.
Esa noche, los niños seguían discutiendo lo que habían escuchado.
-¡Es increíble! -dijo Lucía- Aunque todavía no sabemos qué harán los nobles.
-Sí, pero tenemos que continuar con nuestro plan -agregó Tomás-. La gente está lista para el cambio.
A la mañana siguiente, los nobles estaban asustados al escuchar sobre la reunión del pueblo. Así que el rey Luis, un hombre muy altivo, decidió convocar a los niños al castillo. Los tres amigos temblaban de miedo, pero sabían que debían ir.
-¿Han estado hablando en mi reino? -preguntó el rey, mirando a los niños con desdén.
-Sí, majestad -respondió Sofía, con valentía-. La gente no está conforme con la situación. Todos merecen ser escuchados y tener derecho a la comida y al trabajo.
El rey soltó una risa burlona:
-¡Yo soy el rey! ¡No puedo dejar que un grupo de niños decida sobre el futuro de mi reino!
Pero, mientras hablaba, vio la determinación en los ojos de Lucía, Tomás y Sofía. No lo podían creer, pero la valiente respuesta de los niños hizo que el rey se sintiera un poco incómodo.
-Esta locura debe parar. Necesitamos cumplir con las necesidades del pueblo -dijo el rey en un tono decidido, pensando que un poco de cambio podría calmar las aguas.
Los niños corrieron de vuelta al pueblo, contentos pero no del todo. No estaban seguros de si el rey realmente haría algo. Decidieron seguir organizando a la gente y juntos, caminaron hacía la plaza del pueblo el día siguiente.
Al llegar, se dieron cuenta que habían crecido en número. Cada vez más personas se unían al grito de cambio. Fue en ese momento que los campesinos empezaron a hablar de sus historias y sus luchas. La voz de la gente resonaba cada vez más fuerte.
En los días siguientes, notaron que había cambios menores pero importantes. Había más control sobre los precios de los alimentos y algunos nobles comenzaron a compartir un poco de la riqueza que tenían.
Aún así, los niños sabían que el trabajo apenas comenzaba. De pronto, la noticia llegó que un grupo de campesinos había decidido marchar hacia el castillo para pedir más cambios, ¡y que ellos querían unirse!
-¿Vamos a marchar también? -preguntó Tomás, con entusiasmo.
-¡Sí! -gritaron todos.
Los niños decidieron unirse a la marcha, dispuestos a luchar por sus sueños. En el camino, su determinación crecía. Lucía, Tomás y Sofía se miraron y, en ese instante, se dieron cuenta de que estaban creando un verdadero cambio.
Finalmente, al llegar al castillo, comprendieron que, a pesar de que el camino sería largo, habían inspirado a muchos. La Revolución Francesa había comenzado y era un camino lleno de esperanza.
Desde aquel día, los niños, junto a sus amigos y vecinos, entendieron que, aunque eran pequeños, tenían el poder de hacer grandes cambios, si se unían y luchaban por lo que creían justo. Y así, juntos, continuaron su camino hacia un futuro mejor, no solo para ellos, sino para todos los corazones de Francia.
FIN.