El Gran Concierto en el Parque
Era un hermoso día soleado en la ciudad de Buenos Aires. Tomás, un niño de diez años, estaba emocionado porque había planeado un día en el parque con sus amigos. Pronto, se reunirían para jugar, correr y, lo más importante, organizar un gran concierto improvisado con instrumentos hechos en casa.
"¡Hoy va a ser genial!", exclamó Tomás mientras se arreglaba para salir. Su mamá le dijo: "No te olvides de invitar a tus abuelos, les encanta la música". Tomás se iluminó al pensar en la idea y decidió llevar un regalo especial: un dibujo que había hecho para ellos.
Cuando llegó al parque, encontró a sus amigos, Sofía, Lucas y Mateo, ya listos para empezar a preparar el concierto.
"¡Hola, chicos!", saludó Tomás.
"¡Tomás!", respondieron al unísono.
Sofía le mostró un tambor que había hecho con una caja y un par de cucharas. "Este va a ser el mejor instrumento de todos", comentó con una sonrisa.
"Mirá lo que traje", dijo Lucas mientras mostraba una guitarra hecha de una caja de zapatos.
Mateo, que siempre estaba lleno de ideas locas, se presentó con una bandurria hecha de una cuerda y un cepillo de dientes. "¡Vamos a hacer la mejor banda de toda la ciudad!" exclamó muy emocionado.
Sin embargo, un giro inesperado llegó cuando, mientras preparaban todo, comenzaron a notar que algunos de los niños del parque se acercaban a burlarse de sus instrumentos caseros.
"¿Qué es eso? ¿Un concierto de juguetes?", se rieron dos chicos mayores.
Tomás sintió que sus ganas de tocar se desvanecían.
"No dejen que se burlen de ustedes", dijo Lucas. "Hagamos lo que más amamos: ¡música!"
Motivados por Lucas, decidieron tocar y demostrar que se podía hacer música con cualquier cosa. Tomás se subió a una pequeña banca y gritó:
"¡Vamos a tocar! ¡Y a todos los que quieran venir, están invitados!"
Poco a poco, otros niños se acercaron. Al escuchar los sonidos divertidos que hacían, algunos comenzaron a reírse, pero otros empezaron a aplaudir y a bailar.
Poco después, dos abuelos de Tomás, que habían venido al parque para pasear, se dieron cuenta de la actividad. Al ver a su nieto en el escenario improvisado, se acercaron con una sonrisa.
"¿Qué están haciendo, chicos?", les preguntó el abuelo.
"¡Estamos haciendo música!", respondió Sofía. "¡Quedó genial!"
"¿Y por qué no se unen a nosotros?", sugirió Tomás. Los abuelos se miraron entre sí, y luego el abuelo sacó su armónica y la abuela comenzó a tocar un pequeño tambor que había encontrado. Pronto, todos estaban tocando juntos.
"¡Esto es increíble!", gritó Mateo. "¡Un verdadero concierto familiar!"
Los niños y los abuelos más grandes comenzaron a compartir historias y a contar anécdotas sobre cómo hacían música en su niñez.
"Cuando yo era chico, no había celulares, y hacíamos nuestros propios instrumentos con lo que encontrábamos", recordó la abuela.
Mientras tanto, los chicos que se habían burlado al principio se unieron con curiosidad. Al ver la diversión y la alegría que irradiaban, se quedaron a escuchar.
Al final de la tarde, el parque estaba lleno de gente disfrutando del concierto improvisado. La música del tambor, la guitarra artesanal, y la armónica de los abuelos resonaban por todos los rincones, llenando de energía a los asistentes.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, Tomás tomó el micrófono de juguete y dijo:
"¡Gracias a todos por venir! ¡Esto fue sólo un ensayo del gran concierto que haremos el próximo fin de semana!"
Todos aplaudieron mientras las risas y las melodías se entrelazaban en el aire.
Al final del día, Tomás se sintió agradecido por la experiencia. No solo había compartido una hermosa tarde con sus amigos, sino que también había creado un vínculo especial con sus abuelos y había demostrado que la música puede unir a las personas, sin importar la edad o el instrumento.
"Nunca dejen de creer en lo que hacen, y nunca se sientan avergonzados de ser creativos", les dijo su abuela mientras se despedían y se dirigían a casa.
FIN.