El Gran Concurso de Chistes
Era una soleada mañana en el pequeño pueblo de Chistopolis, conocido por tener los habitantes más divertidos del mundo. Cada año, organizaban el Gran Concurso de Chistes, donde todos competían para ver quién podía contar el chiste más gracioso. Este año, dos amigos, Lalo y Sofía, decidieron participar juntos.
"¡Vamos a ganar, Lalo!", dijo Sofía emocionada.
"Sí, pero tenemos que asegurarnos de contar chistes que todos entiendan", respondió Lalo con una sonrisa.
Los dos se pasaron días preparando sus mejores chistes. Sin embargo, había un problema: Sofía siempre contaba chistes buenos, pero Lalo tenía una extraña obsesión por contar chistes malos.
"¿Qué le dice una iguana a su hermana? ¡Iguanita!", soltó Lalo, haciéndole una mueca a Sofía.
"¡No! Es un chiste muy malo, Lalo. Necesitamos algo mejor", se quejó Sofía.
La mañana del concurso llegó y el pueblo se reunió en la plaza para escuchar los chistes. Nadie podía imaginar que un giro inesperado cambiaría el rumbo del concurso.
Primero, subió al escenario la señora Clara, la contadora de chistes más famosa del pueblo.
"¿Qué hace una abeja en el gimnasio? ¡Zum-ba!", logró arrancar carcajadas del público.
Siguieron otros competidores, cada uno con su propio estilo, y el ambiente se llenó de risas. Pero cuando llegó el turno de Lalo y Sofía, el clima cambió un poco.
"¡Nosotros tenemos un chiste!", proclamó Sofía mientras Lalo se preparaba.
"Voy a contar el primero. ¿Por qué los pájaros no usan Facebook? Porque ya tienen Twitter!", dijo Sofía.
La gente se rió y aplaudió, pero Lalo todavía no estaba listo para rendirse.
"¿Y yo?", preguntó Lalo mientras se acomodaba en el micrófono.
"Lalo, no cuentes uno malo", advirtió Sofía.
"¡Eso es parte de mi encanto!", respondió Lalo.
Cuando Lalo tomó el micrófono, su rostro se iluminó y comenzó con su peculiar estilo.
"¿Por qué los esqueletos no pelean entre sí? Porque no tienen agallas!", dijo y un leve murmullo recorrió el público.
"¡Lalo, eso fue un desastre!", murmuró Sofía desde un costado del escenario.
Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue sorprendente. A medida que Lalo seguía contando sus chistes malos, la gente comenzó a reírse.
"¡¿Por qué los pájaros no usan WhatsApp? ! Porque ya tienen Twitter!", exclamó Lalo.
Las risas comenzaron a desbordar la plaza. Sofía no podía creerlo.
"¡Mirá, Lalo! ¡Están riendo!", le dijo con asombro.
"¡Lo ves! Mis chistes son tan malos que a la gente le resultan graciosos", respondió Lalo, riendo también.
Cuando terminó su turno, toda la plaza aplaudía. El jurado tardo un poco, pero finalmente, anunciaron los ganadores.
"Y el premio al mejor chiste del año es para... ¡Lalo y Sofía!"
Ambos se miraron atónitos.
"¿Nosotros?", balbuceó Sofía.
"¿Pero si yo conté chistes malos?", añadió Lalo todavía sorprendido.
"Precisamente. La diversión viene en muchas formas. A veces, lo peor se convierte en lo mejor, si lo haces con alegría y pasión", dijo la señora Clara.
De esa manera, Lalo aprendió que lo más importante no era si los chistes eran buenos o malos, sino que al contar un chiste, lo que realmente importaba era hacer reír a los demás.
"Gracias por reírse de mis chistes, los haré aún peores la próxima vez", dijo Lalo entre risas.
"¡Y yo me aseguraré de contar más chistes buenos!", agregó Sofía, contagiosa de la alegría de su amigo.
Desde entonces, los dos amigos decidieron seguir contando chistes juntos, combinando la locura de Lalo con la rapidez de Sofía. Y cada año, el concurso de chistes se llenaba de más risas, recordando que siempre hay un lugar para los chistes malos si se cuentan con buena intención y amor.
FIN.