El Gran Concurso de Halloween



En un pequeño pueblo llamado Dulceville, la llegada de Halloween era motivo de gran emoción. Todos los habitantes se preparaban para la noche de las calaveras y los caramelos. Este año, había un concurso de disfraces en la plaza central del pueblo, y el primer premio era una enorme bolsa de caramelos de todos los sabores.

Los niños de Dulceville estaban muy entusiasmados. Lucía, una niña de ojos brillantes y siempre sonriendo, había decidido disfrazarse de una mariposa mágica. Su mejor amigo, Tomás, decidió convertirse en un divertido payaso que hacía reír a todos.

El día del concurso, la plaza se llenó de color y alegría. Había desde princesas hasta monstruos, pero lo que más llamaba la atención eran los dos payasos que se habían disfrazado de terroríficos, aterrando a algunos de los más pequeños.

"¡Boo!" - exclamó uno de los payasos, y varios chicos gritaron.

Lucía, que estaba a punto de dar su discurso sobre su disfraz, se asustó un poco. Pero, apresuradamente, hizo un gesto y comenzó a aplaudir.

"¡Bravo por los payasos! Ellos solo quieren divertirnos, ¡no les tengamos miedo!" - dijo Lucía, y todos empezaron a reír.

Tomás, que observaba la escena como payaso, se sintió orgulloso de su amiga y se aceró a su lado. "Eso es, Lucía. Halloween es para reír y compartir" - afirmó.

Pero de repente, un rumor se apoderó de la plaza. Un niño había visto a una figura extraña en el bosque cercano y había dicho que podría ser un verdadero monstruo.

"¡Deberíamos ir a ver!" - propuso Diego, un niño del grupo.

"No, ¡es peligroso!" - contestó Valentina, su hermana, con miedo en su voz.

A pesar de la advertencia de Valentina, y la curiosidad que sacudía a todos, un grupo de niños decidió aventura al bosque para averiguarlo. A medida que se adentraban, el aire se tornaba más fresco y los árboles parecían murmurar secretos.

Al llegar al claro, se encontraron con una figura realmente extraña: era un gran árbol tallado como un monstruo, con una puerta en su tronco y ojos de madera.

"¿Qué hay ahí?" - preguntó Tomás, asomándose cauteloso.

Justo en ese momento, una voz profunda resonó desde dentro del árbol.

"Soy el Monstruo del Bosque. Vengo para asustar a los que no respetan Halloween".

Los niños se miraron confundidos y asustados, pero Lucía, valiente, dio un paso adelante. "¿Por qué aterrorizás? Halloween es una fiesta de alegría, no de miedo".

El Monstruo quedó en silencio, sorprendido por la respuesta de la pequeña. "Nunca nadie me había hablado así. Solo quería mostrar que todos debemos cuidarnos y no hacer travesuras que hagan daño a otros en este día festivo".

Tomás, inspirándose en la valentía de Lucía, añadió: "Podríamos hacer un acuerdo. Ustedes podrían asustar sólo un poco, pero siempre con humor y alegría, así todos se divierten".

El Monstruo pensó por un momento y sonrió con una expresión amistosa. "Entendido, amigos. Desde ahora seré un monstruo divertido. Y para hacerlo bien, también les traeré dulces y caramelos de mi jardín mágico". Todos los niños aplaudieron emocionados.

Al volver a la plaza, los niños y el Monstruo del Bosque anunciaron la nueva regla de Halloween: ¡asustar, pero siempre con alegría y buenas intenciones! Lucía y Tomás recibieron el premio del concurso de disfraces no sólo por sus creativos atuendos, sino también por su valentía y bondad.

Desde ese día, Halloween se llenó de risas y caramelos en Dulceville, y el Monstruo del Bosque se convirtió en el mejor payaso del pueblo, disfrutando de la verdadera magia de Halloween.

Así, Lucía y Tomás aprendieron a que no todo lo que parece terrorífico es malo y que con confianza y amistad, se pueden cambiar corazones.

"¡Feliz Halloween!" - gritó Tomás al final de la noche, con un puñado de caramelos en cada mano.

Y así, en Dulceville, todos aprendieron que la verdadera magia de Halloween está en compartir alegría y dulzura con los demás.

FIN.

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