El Gran Cruce del Cadillal
Era una soleada mañana en el hermoso pueblo de Cadillal. Juan, un alegre chico de diez años, estaba ansioso por explorar el lago que siempre había escuchado que era misterioso y profundo. En su camino, se encontró con un conejo llamado Pelusa que estaba peinándose las orejas bajo la sombra de un árbol.
"¡Hola, amiguito! ¿Qué haces tan concentrado?" - preguntó Juan, curioso.
"¡Hola, amigo! Estoy preparándome para una gran aventura. Quiero cruzar el lago y ver qué hay del otro lado" - respondió Pelusa, emocionado.
Juan, siempre listo para la aventura, se le ocurrió una idea.
"¡Podríamos nadar hasta la otra orilla!" - dijo Juan, con los ojos brillando de emoción.
Pelusa dudó por un momento.
"Pero... ¿no es muy peligroso? He escuchado que en el lago hay corrientes fuertes y peces grandes" - respondió el conejo, un poco asustado.
"¿Y si nos encontramos con algo emocionante? ¡Podríamos encontrar un tesoro escondido! Además, soy un buen nadador. ¡Confiá en mí!" - insistió Juan.
Pelusa decidió confiar en su nuevo amigo y juntos comenzaron a prepararse. Se quitaron sus cosas y se fueron acercando a la orilla. La superficie del lago brillaba como un espejo, y el canto de los pájaros sonaba como música en el aire. Sin embargo, mientras más se acercaban, Pelusa se sentía más nervioso.
"Juan, ¿vos creés que realmente podemos hacerlo?" - preguntó Pelusa, mirando el agua agitada.
"Claro que sí. Vamos a contar hasta tres y saltamos juntos. ¡Es lo mejor de la aventura!" - contestó Juan, dándole ánimo.
"Uno... dos... tres... ¡Vamos!" - exclamaron al unísono, saltando al agua.
Al principio, todo parecía perfecto. Nadaban y se reían, admiroando los peces de colores que nadaban a su alrededor. Pero de repente, una fuerte corriente los arrastró.
"¡Ayuda! ¡No puedo!" - gritó Pelusa asustado.
"¡Agarrate de mí! No te sueltes, vamos a nadar juntos hacia la orilla!" - respondió Juan, luchando contra el agua.
Con esfuerzo y valentía, Juan logró que ambos nadaran en contra de la corriente, mientras alentaba a Pelusa.
"¡Estamos casi ahí! Solo un poquito más!" - gritó Juan, sintiendo que ya no podía más.
Con un último esfuerzo, llegaron a la orilla, empapados pero felices. Jadeando, se sentaron sobre la tierra y miraron el lago.
"Eso fue... ¡increíble! Lo logramos, Juan" - dijo Pelusa, aún sorprendido.
"Sí, pero no lo volvería a hacer tan rápido. ¡Siempre hay que estar preparados para cualquier eventualidad!" - rió Juan, sacudiendo el agua de sus ropas.
A medida que recuperaban el aliento, se dieron cuenta de que lo más importante de su aventura no era necesariamente cruzar el lago, sino la valentía que habían mostrado al enfrentarse a sus miedos juntos.
"Sabes, Juan, aunque el lugar parece peligroso, creo que podemos preguntarle a alguien del pueblo si hay una forma más segura de cruzar el lago. Tal vez haya un bote o un camino" - sugirió Pelusa.
"¡Buena idea, Pelusa! Siempre hay que buscar soluciones en vez de rendirse" - sonrió Juan, encantado.
Finalmente, regresaron al pueblo, no solo como amigos, sino también como un equipo que se apoyó mutuamente. Aprendieron que la aventura está en cada paso, y que es importante saber cuándo pedir ayuda y buscar alternativas.
Desde aquel día, cada vez que se hablaba del gran lago de Cadillal, Juan y Pelusa sonreían, recordando su experiencia: valiente, emocionante y llena de enseñanzas.
FIN.