El Gran Cuello de Dino



Érase una vez, en un mundo prehistórico lleno de árboles altos y lagos relucientes, vivía un dinosaurio llamado Dino. Dino era un Brontosaurio, conocido por su enorme cuello que se extendía hacia el cielo como una serpiente larga. Aunque su tamaño lo hacía destacar, también le generaba algunos inconvenientes. Sus amigos, los pequeños dinosaurios que corrían y jugaban en el valle, a menudo tenían problemas para escuchar lo que Dino decía.

Un soleado día, Dino se acercó a sus amigos, un grupo de velociraptores, y les dijo:

"¡Hola, amigos! ¿Quieren jugar a las escondidas?"

Pero, claro, ninguno de ellos escuchó. Los velociraptores, emocionados, comenzaron a correr y a saltar por todas partes.

Dino, sintiendo que sus amigos no lo prestaban atención, se entristeció. Sintió que por su cuello largo, no podía ser parte del juego. Entonces, decidió alejarse un poco.

Mientras Dino caminaba solo, encontró una hermosa charca llena de flores acuáticas. Allí se sentó y comenzó a pensar. De pronto, una rana que saltó junto a él lo miró con curiosidad.

"¿Por qué estás tan triste, amigo dinosaurio?"

Dino suspiró y dijo:

"Mis amigos no me escuchan cuando quiero jugar. Mi cuello es demasiado largo y no pueden oírme. Quiero ser parte de su diversión, pero no sé cómo hacerlo."

La rana, pensativa, le dijo:

"Tal vez lo que necesitas es encontrar una nueva forma de comunicarte. ¿Qué tal si usas tu cuello largo para ayudarles en el juego en lugar de participar directamente?"

Dino pensó en esto durante un rato.

"¡Eso podría funcionar!" exclamó, volviendo a sentir la emoción.

Dino corrió de vuelta al grupo de velociraptores y les dijo:

"¡Amigos! Tengo una idea. ¿Quieren jugar a las escondidas, pero con un giro?"

Los velociraptores, intrigados, se acercaron y escucharon.

"Claro, ¿cuál es la idea?" preguntó uno de ellos.

"Yo puedo ser el buscador desde las alturas. Puedo mirar todo el campo desde aquí arriba y ayudarles a encontrarse. Y además, puedo avisarles si veo a alguien escondido."

Los velociraptores se miraron y asintieron, emocionados con la propuesta.

"¡Buena idea, Dino!" dijeron todos en coro.

Así fue como comenzó el juego. Dino se erguía sobre su largo cuello, observando con atención mientras su voz resonaba mientras decía:

"¡Allí hay uno detrás del árbol!" o "¡Ese arbusto es perfecto para esconderse!"

Sus amigos empezaron a disfrutar más de la partida y a entender que Dino podía jugar de una forma diferente, ¡y lo estaban pasando genial!

Esa tarde, se sintieron más unidos que nunca. El juego no solo les enseñó a trabajar juntos, sino que también les ayudó a valorar las diferencias de cada uno. Dino se sintió más feliz sabiendo que su cuello largo era una ventaja y no un obstáculo.

A medida que pasaron los días, Dino comenzó a usar su cuello para ayudar a otros dinosaurios también. Desde ayudar a las mamás dinosaurios a encontrar a sus crías en las altas copas de los árboles, hasta dar aviso de peligros desde lo alto.

"¡Dino, sos el mejor!" le gritaban sus amigos.

Y así, Dino descubrió que su diferencia lo hacía especial y le permitía hacer cosas que otros no podían. Se sintió valorado y querido.

Con el tiempo, Dino y sus amigos aprendieron que cada uno tiene algo único que ofrecer, y que a veces, las diferencias son lo que nos hace más fuertes cuando trabajamos juntos. Y desde entonces, jugaron cada día en el valle, siempre apoyándose unos a otros.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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