El Gran Desafío de la Amistad



Era un día soleado en la Escuela Primaria del Parque, y los estudiantes estaban ansiosos por compartir un nuevo proyecto: crear un mural en el patio. Sin embargo, había un pequeño problema. Seis niños, Tomás, Luca, Ana, Paula, Martín y Sofía, no podían dejar de pelear.

- ¡Esa es mi idea! - gritó Ana.

- ¡No! Yo la pensé primero - respondió Luca, cruzándose de brazos.

- Pero yo soy mejor dibujando - dijo Martín, desviando la mirada hacia el rincón de la clase.

Los demás niños comenzaron a murmurar y a tomar partido. La tensión en el aula aumentaba.

- ¡Basta! - exclamó la maestra, la señora Fernández. - ¿Por qué no intentan trabajar juntos para encontrar una solución?

Los niños se miraban entre sí, dudando. Transcurrieron los minutos, y las opiniones se intensificaron.

- ¡Yo no quiero trabajar con ustedes! - chilló Paula, mientras golpeaba la mesa con los puños.

- ¡A mí no me importa! - respondió Sofía, desafiando a los demás.

De repente, la paciencia de la señora Fernández llegó al límite.

- Si no pueden resolver sus diferencias, ¡no podrán hacer el mural! - dijo, con una mirada firme.

Los niños quedaron en silencio, observando a su maestra. Sabían que tenía razón, pero ninguno quería ceder. De pronto, Martín tuvo una idea.

- ¿Y si hacemos un desafío? - sugirió. - El primero en completar un dibujo sencillo será el encargado de dirigir el mural.

Los demás se miraron con incertidumbre, pero luego, uno a uno, comenzaron a asentir con la cabeza.

- ¡Me parece bien! - dijo Tomás, entusiasmado.

- ¡Yo ganaré! - desafió Ana, con una sonrisa competitiva.

Los seis niños se organizaron en dos equipos y comenzaron a dibujar. Cada uno se enfocó en su tarea, ignorando a los demás. Al final, todos habían creado unas imágenes espectaculares, aunque diferentes entre sí.

- ¡No puedo creerlo! - dijo Paula, observando la propuesta de Martín, una ardilla muy simpática.

- ¡Yo hice un sol gigante! - dijo Luca, orgulloso de su trabajo.

De pronto, el caos se transformó en admiración. Al compartir sus dibujos, los niños comenzaron a notar lo que cada uno había aportado.

- Me encanta cómo hiciste eso, Ana - le dijo Sofía, haciendo alusión a una flor colorida que Ana había dibujado.

- Gracias, me gustaría que lo incluyamos en el mural - propuso Ana, con alegría.

Las tensiones de antes comenzaron a desvanecerse, y todos fueron aportando ideas y tomando en cuenta el trabajo del otro. Mientras más hablaban, más se dieron cuenta de que sus diferencias eran lo que los hacía únicos.

Finalmente, decidieron unir sus dibujos en uno solo, creando un mural lleno de vida.

- ¡Es hermoso! - exclamó Paula, mirando cómo todas las imágenes se juntaban.

- Esto es mejor que lo que teníamos pensado al principio - admitió Luca, sonriendo.

La señora Fernández se acercó, satisfecha.

- ¿Ven cómo trabajar juntos mejora las cosas? - preguntó, sonriendo a los seis niños.

- ¡Sí, maestra! - respondieron todos al unísono, mirando a su alrededor. Habían aprendido que la amistad y la colaboración podían superar cualquier conflicto.

Desde ese día, Tomás, Luca, Ana, Paula, Martín y Sofía se convirtieron en grandes amigos, y cada vez que se encontraban en el aula, recordaban cómo un desafío los llevó a unirse como equipo.

Y así fue como los seis niños no solo pintaron un mural, sino que también llenaron sus corazones de amistad y respeto mutuo.

FIN.

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