El gran desafío de Lucas y Mía



En un barrio tranquilo, vivían Lucas, un perro juguetón y Mía, una gata curiosa. Desde el momento en que se conocieron, se volvieron los mejores amigos. Cada mañana, su mamá, la señora Elena, les servía la comida en platos separados: el de Lucas era grande y colorido, mientras que el de Mía era pequeño y elegante.

"¡Mirá, Mía! ¡Hoy hay carne con arroz!" - exclamó Lucas moviendo la cola emocionado.

"Sí, pero sólo podemos comer cuando mamá lo dice, Lucas. ¡Hay que esperar!" - respondió Mía con voz suave, mientras limpiaba su patita.

Ambos sabían que la señora Elena era estricta con los horarios de comida para que se alimentaran sanamente. Sin embargo, había algo que siempre intrigaba a Mía:

"Lucas, ¿por qué no podemos comer juntos?" - preguntó un día a su amigo.

"No lo sé, Mía. Tal vez porque a los perros nos gusta comer rápido y los gatos preferimos saborear, ¿no?" - contestó Lucas, mientras rascaba el suelo con su pata.

Mía se quedó pensando, pero un día decidió que quería intentar hacer algo diferente. "¿Qué te parece si le mostramos a mamá que podemos comer juntos?" - sugirió con entusiasmo.

Lucas se rascó la oreja. "Pero ella siempre dice que es mejor así..." - respondió dudoso.

"¡Vamos! Solo necesitaríamos un poco de ayuda" - insistió Mía.

Así fue como esa tarde, con mucho sigilo, Mía y Lucas idearon un plan. Se dispusieron a jugar un poco al escondite para que la señora Elena no los viera y luego corrían a la cocina.

Mía se trepó a la mesa y alcanzó el plato de Lucas. Como eran amigos, Lucas corrió hacia el plato de Mía, y pronto se encontraron compartiendo sus comidas.

Pero mientras disfrutaban de su pequeño festín, la señora Elena entró silenciosamente a la cocina.

"¡Oh, no! ¡Qué lío han hecho!" - exclamó sorprendida.

Lucas se asustó y dejó caer un poco de arroz, mientras que Mía se aturó con un bocado de carne y empezó a toser suavemente.

"Lo siento, mamá. Solo queríamos comer juntos..." - dijo Lucas con una voz temblorosa.

La señora Elena se agachó y los miró a ambos con una mezcla de risa y desaprobación.

"Entiendo que quieren estar juntos. Pero no pueden mezclar las comidas, porque son diferentes y cada uno tiene su propio ritmo. ¿No se dan cuenta?" - les explicó.

Lucas y Mía se miraron con tristeza y un poco de vergüenza. Pero enseguida, Mía tuvo una idea brillante. "¿Y si hacemos un picnic en el jardín cada semana? Así podremos comer juntos, ¡y mamá puede preparar nuestras comidas separadas!" - sugirió.

La señora Elena se rió. "Es una gran idea, Mía. Pero cada uno deberá comer de su plato. No quiero que se repitan los desastres de hoy. Pero estoy segura de que será divertido."

Desde aquel día, una vez a la semana, Lucas y Mía disfrutaban de su picnic en el jardín. La señora Elena preparaba las comidas, y ellos esperaban ansiosos a que comenzara la hora del almuerzo.

"Esto es lo mejor, ¿no?" - dijo Lucas mientras masticaba su comida al aire libre.

"¡Sí! ¡Es muy divertido!" - respondió Mía, mientras jugaba con un rayo de sol que se reflejaba en su plato.

Aprendieron esa valiosa lección: ¡no era necesario renunciar a su amistad por comer juntos! Y así, cada bocado era una nueva aventura, llena de risa y buenos momentos.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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