El Gran Desastre en el Laboratorio
Era un soleado día en la escuela de ciencia del señor Álvarez. Los niños estaban emocionados porque aquel día realizarían experimentos en el laboratorio. El grupo de amigos, formado por Sofía, Tomás y Lucas, se había estado preparando para hacer su experimento específico: crear un volcán que hiciera erupción.
"¡No puedo esperar más!", exclamó Sofía, mientras ajustaba su delantal.
"Yo tengo los ingredientes necesarios", dijo Tomás con una gran sonrisa.
"Y yo tengo la idea perfecta para que explote con mucho color", añadió Lucas, moviendo su cabellera al viento.
El señor Álvarez, su maestro, les recordó las normas del laboratorio.
"Recuerden, chicos, la seguridad es lo primero. No corran y mantengan los materiales en su lugar", les advirtió.
Pero en medio de tanta expectativa, Sofía, Tomás y Lucas decidieron que seguir las reglas era aburrido.
"Vamos, seamos un poco más creativos. Si hacemos todo rápido, tendremos tiempo de sobra para jugar después", sugirió Lucas, un poco travieso.
Los tres amigos asintieron y comenzaron a mezclar los químicos sin desgranar las instrucciones. Sofía vertió el vinagre en lugar de agua, Tomás se olvidó de la cantidad justa de bicarbonato y Lucas decidió usar colorante de forma excesiva. En cuestión de minutos, el volcán estaba listo para ser activado.
"¡A la cuenta de tres!", contó Sofía.
"Uno... dos... ¡tres!", gritaron al unísono, y lanzaron los ingredientes en el volcán.
De repente, ¡BUM! Una erupción de espuma multicolor invadió todo el laboratorio.
"¡Mirá esto!", gritó Tomás, mientras intentaba contener la risa.
"¡Es increíble!", se unió Lucas, totalmente sorprendido.
Sin embargo, lo que comenzó como una divertida explosión pronto se volvió un caos. La espuma comenzó a derramarse por las mesas, chorreando sobre los libros y herramientas de laboratorio.
"¡¿Qué hicimos? !", preguntó Sofía, aterrorizada.
El señor Álvarez entró al laboratorio y quedó en shock.
"Pero, ¿qué ha pasado aquí?", exclamó. El suelo estaba cubierto de espuma y los niños estaban parados sobre sillas para no mojarse.
"Lo sentimos, señor. No seguimos las normas y quisimos hacer todo rápido", confesó Tomás con la cabeza agachada.
"Esto no es solo un laboratorio, es un lugar donde se aprende a ser responsable. Las normas existen para evitar accidentes y mantener el orden", explicó el maestro, mientras empezaba a limpiar con ayuda de un par de compañeros.
Los niños se sintieron muy mal por el desorden que habían causado.
"Ahora entiendo por qué son tan importantes las normas", murmuró Lucas.
Cuando terminaron de limpiar, el señor Álvarez les propuso algo.
"¿Quieren hacer un nuevo experimento? Esta vez, siguiendo todas las reglas.
"¡Sí!", respondieron los niños con entusiasmo.
Con una nueva lección aprendida, Sofía, Tomás y Lucas se prepararon para otro volcán, esta vez usando todos los ingredientes de forma correcta y siguiendo cada paso al pie de la letra.
"La próxima vez lo haremos aún mejor", dijo Sofía con una sonrisa.
"¡Larga vida a las normas!", bromeó Tomás, mientras Lucas asentía con la cabeza.
Al final del día, el volcán hizo una erupción controlada y espectacular, llena de colores vibrantes. Todos aplaudieron y, por primera vez, el laboratorio lucía ordenado y parejo.
"¡Qué gran día!", celebraron.
Desde ese momento, los tres amigos nunca olvidaron lo importante que es seguir las normas, tanto en el laboratorio como en la vida. Y así, aprendieron que la responsabilidad y la creatividad pueden ir de la mano, siempre que se respeten las reglas.
El final de esta aventura no solo les enseñó a amar la ciencia, sino también a ser un poco más sabios y responsables cada día. Y así fue cómo Sofía, Tomás y Lucas se convirtieron en los mejores científicos de la escuela.
FIN.