El Gran Día de Juegos en Casa de Micaela
Era un soleado sábado por la mañana y Micaela había invitado a sus amigos a jugar en su casa. Tenía un montón de juegos, desde autitos de juguete hasta muñecas y pelotas de fútbol. Cuando sus amigos llegaron, estaba muy emocionada. Micaela quería que todos se divirtieran, pero no sabía cómo hacer que todos los juegos pudieran coexistir al mismo tiempo.
- ¡Hola, chicos! - saludó Micaela con una gran sonrisa. - Estoy tan contenta de que hayan venido.
- ¡Yo quiero jugar con los autitos! - exclamó Juan, mientras se lanzaba sobre la alfombra donde estaban los vehículos.
- ¡A mí me encanta el fútbol! - dijo Rocío, mientras recogía una pelota del rincón de la sala. - Voy a buscar a los demás para armar dos equipos.
Los otros niños empezaron a discutir sobre qué juego debían elegir. Cada uno quería jugar a lo que más le gustaba. Micaela los observaba con preocupación, porque quería que todos se divirtieran.
- Chicos, ¿no podemos encontrar un modo de jugar juntos? - preguntó Micaela.
- Pero yo quería jugar con los autitos... - se quejó Juan.
- Y yo el fútbol... - añadió Rocío, un poco decepcionada.
Micaela pensó un momento. Era importante que todos pudieran disfrutar. Entonces tuvo una idea brillante.
- ¡Tengo una idea! - exclamó con entusiasmo. - ¿Qué les parece si hacemos una carrera de autitos y luego jugamos al fútbol? Y para hacerla más interesante, ¡el equipo que pierda en fútbol tendrá que ayudar al equipo que ganó a construir una pista de carreras con almohadas para los autitos!
Los niños se miraron unos a otros, sorprendidos. Eso parecía divertido e intrigante a la vez.
- ¡Sí! - gritaron al unísono.
Primero organizaron los autitos en una línea de salida. Micaela explicó las reglas y todos comenzaron a jugar la carrera. Risas y emoción llenaban la habitación mientras los autitos corrían velozmente. Al final, fue Juan quien ganó, pero todos celebraron igual porque se habían divertido mucho.
Luego, pasaron a jugar al fútbol. Formaron dos equipos con los demás niños. Rocío se convirtió en capitana de uno de los equipos y Juan del otro. El partido estuvo lleno de energía y alegrías, aunque algunos tropezaron y se callaron entre risas.
Al final, cuando el partido culminó, el marcador quedó igualado, y todos concordaron en que lo más divertido había sido jugar juntos. Después del partido, el equipo de Juan tuvo que ayudar a construir la pista con almohadas. Pero no se quejaron, al contrario, lo hicieron con gusto, porque entendieron que estaba bien colaborar y divertirse al mismo tiempo.
Mientras daban los toques finales a la pista, comenzaron a planear la próxima reunión.
- La próxima vez, podemos hacer una competición de juegos - sugirió Rocío. - ¡Así todos podemos jugar a lo que nos gusta!
- ¡Sí! - respondió Juan. - ¡Llevaré mis autitos de carrera también!
Micaela sonrió al escuchar a sus amigos. Había aprendido que la clave para divertirse es la creatividad y saber escuchar a los demás. Y desde aquel día, cada encuentro fue una nueva aventura, siempre con la promesa de incluir los juegos de todos, sin dejar a nadie fuera.
Y así, la casa de Micaela se convirtió en el lugar favorito de los niños del barrio para jugar, siempre con nuevos juegos, ideas y, lo más importante, mucha amistad.
FIN.