El Gran Día de la Higiene



En un pequeño pueblo de Paraguay, vivía una familia que se llamaba la familia Martínez. En esa familia estaban Lía, una niña de 9 años con una gran imaginación, su hermano menor Tomás, de 7 años, y sus papás, Doña Rosa y Don Javier.

Un día, Doña Rosa, mientras preparaba una deliciosa sopa de mandioca, les dijo:

"¡Familia! Hoy será el Gran Día de la Higiene. ¡Vamos a aprender cómo cuidar nuestro cuerpo!"

Lía y Tomás se miraron curiosos. A Lía le encantaba aprender cosas nuevas, pero a Tomás no le gustaba mucho la idea de lavarse las manos.

"¿Es necesario todo esto, mami?" - preguntó Tomás.

"Por supuesto, hijo, la limpieza es muy importante para sentirnos bien y estar sanos. ¡Ahora vamos a recoger nuestros útiles de higiene!" - respondió Doña Rosa.

Empezaron a buscar cepillos de dientes, jabones perfumados y toallas. Pero cuando abrieron el cajón de la cocina, encontraron algo inesperado: un viejo libro de cuentos de su papa.

"¡Mira!" - dijo Lía emocionada. "¡Un libro! Pero, ¿por qué está aquí?"

"Papá lo guardó para leerlo en una noche de tormenta. Pero ahora podemos usarlo como ejemplo para aprender lo que no debe hacerse." - explicó Doña Rosa y comenzó a buscar un cuento para contarles.

Al leer, la mamá narró la historia sobre un pequeño dragón llamado Cipriano que vivía en un bosque mágico. Este dragón no quería lavarse y siempre olía muy mal. Los demás animales del bosque se alejaban de él porque no podía acercarse a la fiesta del Gran Baile porque su mal olor lo echaba a perder.

"¡Pobre dragón!" - exclamó Lía. "Si se lavara, todos querrían jugar con él."

"Sí, pero no lo entendía. Entonces, un día, la reina de las hadas decidió ayudarlo. Le mostró un montón de jabones mágicos y cómo usar su escobillón para cepillarse los dientes. Después de un rato, Cipriano ya no olía a dragón sucio, sino a flores frescas. Fue el más feliz en toda la fiesta. Todos querían ser su amigo." - finalizó Doña Rosa.

Tomás se quedó pensando.

"¿Crees que yo pueda ser como Cipriano y lavarme bien?" - preguntó.

"¡Por supuesto! Pero debes hacer tu parte. Todos los días, después de jugar, te lavas las manos con jabón, y cepillas tus dientes al despertar y antes de dormir. ¡Hagamos el desafío!" - dijo Lía.

Ambos niños se miraron y sonrieron. Lía agregó:

"¡Hagamos un horario! Así no olvidamos nunca más."

"¡Sí, un horario!" - repitió Tomás.

Así que, juntos, hicieron un gran cartel con colores brillantes que decía: "El Gran Día de la Higiene" y lo colgaron en la pared del baño para que todos lo vean. Convertirían la higiene en un juego. Cada vez que lograban cumplir su tarea, se darían una estrella dorada en el cartel.

Desde ese día, Lía y Tomás se convirtieron en los expertos de la higiene personal en la casa. Cada mañana, se cepillaban los dientes bailando y cada noche se lavaban las manos contando con un juego de adivinanzas. ¡Y no solo eso! Rápidamente invitaron a sus amigos a unirse a su desafío de higiene.

"¡Chicos! ¡Unámonos al Gran Día de la Higiene!" - gritó Lía un día en la escuela. "¡No más dragones sucios!"

Así, toda la clase empezó a cuidarse más y más. Todos estaban felices, y la señora del kiosco del barrio notó que los niños siempre pedían frutas y jugos porque se sentían bien.

"¿De dónde viene tanto entusiasmo?" - preguntó doña Clara.

"¡Del Gran Día de la Higiene!" - contestaron al unísono Tomás y Lía, con sonrisas grandes.

El tiempo pasó, y la familia Martínez se convirtió en un ejemplo del vecindario. Nunca había un dragón en sus vidas, solo pura alegría, juegos y sobre todo, una lección valiosa sobre cuidar de uno mismo. ¡Y lo mejor de todo, el Gran Día de la Higiene no se limitó a un solo día, sino que se convirtió en un hermoso hábito!

FIN.

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