El Gran Día de la Sonrisa



Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires una niña llamada Valentina. Tenía diez años y una sonrisa que podía iluminar hasta el día más nublado. Pero hoy, esa sonrisa había desaparecido. La razón era simple: sus padres habían decidido no llevarla a la feria que estaba en el parque, donde ella había estado esperando ir con todas sus fuerzas.

-Esta no es la primera vez que me hacen esto. ¡Siempre me dejan afuera! -se quejó Valentina, cruzando los brazos con fuerza.

Sus padres, Marta y José, estaban intentando explicarles sus motivos.

-Mirá, Valen, es solo que es muy tarde y tenemos que hacer unas cosas en casa -dijo su mamá, con voz tranquila.

-Este es el único día de la feria en el que puedo ir, no tienen idea de cómo me siento. ¡Todo el mundo va a estar hablando de lo divertido que fue! -respondió la niña, con lágrimas en los ojos.

La pequeña se retiró a su habitación, donde su gato, Cucho, estaba esperando.

-Miau. -dijo Cucho, como si él también comprendiera la tristeza de su dueña.

Valentina se sentó en su cama, sintiéndose sola y malhumorada. Mientras observaba por la ventana, vio a otros chicos riendo y disfrutando de la feria. De repente, tuvo una idea.

¿Qué si en vez de estar triste, encontraba una forma de divertirse en casa?

Con esa idea en mente, abrió su caja de manualidades. Era hora de hacer algo creativo. Primero, decidió hacer unos carteles para una "feria en casa".

-¡Así que será mi propia feria! -gritó emocionada.

Valentina pasó la tarde cortando, pegando y decorando su habitación. Hizo diferentes juegos: un lanzamiento de aros con tubos de cartón, una pista de canicas y hasta un rincón de pintura. La niña estaba tan concentrada que se olvidó de su enfado y comenzó a sonreír de nuevo.

Con cada cosa que hacía, su habitación se transformaba en un lugar lleno de color y diversión. Cuando sus padres terminaron con sus tareas, se asomaron a la habitación de Valentina.

-¿Qué estás haciendo, Valen? -preguntó su papá, sorprendido al ver el caos colorido.

-¡Miren, hice una feria en casa! Pueden jugar a lo que quieran -respondió Valentina, con una enorme sonrisa.

-¡Súper divertido! -exclamó su mamá.

Con un brillo en los ojos, sus padres se unieron a ella en la feria. Jugaron a lanzar aros, compitieron en la pista de canicas y hasta pintaron cuadros en la mesa.

-Por favor, Valen, ¡esto es increíble! No teníamos idea de lo creativa que eras. -dijo su papá mientras lanzaba un aro en su intento por ganar el juego.

La alegría de Valentina era tan contagiosa que, después de un rato, incluso Cucho se unió a la diversión, corriendo detrás de las canicas que rodaban por el suelo.

La tarde se convirtió en una de las más felices que Valentina había vivido, y antes de que se dieran cuenta, pasó el tiempo volando.

-Muchas gracias por permitirme hacer esto. Nunca imaginé que jugar en casa podría ser tan divertido. -dijo la niña con sinceridad.

-Te pedimos perdón por no llevarte a la feria, Valen. Pero a veces, las mejores aventuras están en casa -dijo su mamá, acariciándole el pelo.

Desde ese día, Valentina comprendió que aunque a veces no todo salía como ella quería, siempre podía encontrar una forma de divertirse y crear alegría en cualquier situación.

Y así, con una lección importante en su corazón, Valentina prometió a sí misma que siempre intentaría ver el lado positivo de las cosas. Y desde entonces, su sonrisa volvió a brillar más que nunca, incluso en los días más nublados.

FIN.

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