El gran día de Leo



Era una soleada mañana en el pequeño pueblo de San Martín. Leo, un niño de ocho años, se preparaba para su primer día en el colegio nuevo. Estaba ansioso, su corazón latía como un tambor. "¿Mamá, y si no me hacen caso?"- le preguntó mientras se ponía una camiseta con un dibujo de un barco. "No te preocupes, Leo. ¡Tenés un montón de cosas geniales para contar!"- le respondió su madre con una sonrisa.

Después de despedirse, Leo salió de casa con su manta de colores y su fiel perro, Tobi, que lo seguía moviendo la cola. Tobi no iba al colegio, pero Leo siempre lo llevaba con él cada vez que iba a la plaza del pueblo.

Al llegar al colegio, el bullicio de risas y voces lo recibió. Leo se sintió un poco pequeño en medio de tanto ruido, pero decidió darle una oportunidad. Su maestra, la señora Laura, le presentó a la clase. "Chicos, este es Leo. Es nuevo y viene a compartir con nosotros. ¡Sean amables!"-

A pesar de su nerviosismo, su corazón se llenó de emoción cuando varios niños comenzaron a acercarse a él. "¡Hola, Leo! Me llamo Sofía. ¿Te gusta el fútbol?"- le preguntó una niña de cabello rizado.

Mientras se conocían, Lucho, un niño del fondo, gritó: "¡Vamos a jugar a la pelota después!"- Esa invitación hizo que Leo sonriera, pero justo en ese momento recordó que tenía una tradición especial con Tobi: siempre jugaban a la pelota en la plaza después del colegio. "¿Podría llevar a mi perro también?"- preguntó Leo, un poco dudoso.

"Claro, ¡Tobi puede unirse!"- exclamó Sofía con entusiasmo. Leo no lo podía creer, ¡había encontrado nuevos amigos!

Los días pasaron y todos los recreos se llenaron de risas y juegos. Leo llevaba siempre su manta, que extendía en el césped y, a menudo, Tobi se tumbaba sobre ella, mirando a los niños jugar. Pero un día, algo inesperado sucedió. Mientras estaban en el astillero del pueblo, donde los padres de varios niños trabajaban, Leo descubrió que su amigo Lucho estaba triste. "¿Qué te pasa, Lucho?"- le preguntó Leo.

"Quiero ayudar a mi papá a construir un barco, pero no sé cómo hacerlo."-

Leo miró a su alrededor y se le ocurrió una idea. "¡Podemos hacer un barco de papel! ¡Así podrías aprender!"- Lucho lo miró confundido. "¿De papel? No es lo mismo..."- pero los ojos de Leo brillaban con emoción.

"Pero, haciéndolo así, vas a aprender. ¡Y después podemos ir al lago a probarlo!"- dijo Leo. La idea fue contagiosa; pronto, todos los amigos comenzaron a traer papeles, tijeras y colores.

Desde ese día, los recreos se transformaron. En lugar de solo jugar al fútbol, se dedicaron a hacer barquitos de papel. La manta de Leo se convirtió en el lugar donde todos se reunían para mostrar sus creaciones.

Un día, mientras estaban en el lago probando sus barquitos, Tobi se acercó a uno de ellos, que flotaba. Con un movimiento juguetón, lo hizo volar al agua. "¡Tobi!"- gritó Leo entre risas. Pero en lugar de enojarse, todos comenzaron a aplaudir y a reír, viendo cómo el perrito salía corriendo con entusiasmo.

"¡Creo que Tobi quiere ser parte de nuestra tripulación!"- dijo Sofía entre risas, y todos estuvieron de acuerdo. Desde ese día, Tobi se convirtió en el perro de todos, acompañándolos en cada aventura.

Al finalizar el año, el colegio organizó una exposición donde los niños mostraron sus barquitos de papel y compartieron sus historias. Leo, un poco nervioso, se puso frente a toda la clase y habló. "Soy Leo, y aprendí que aunque al principio temía no ser aceptado, descubrí que compartir mis ideas es lo más divertido del mundo. Y que Tobi es el mejor compañero de aventuras que uno puede tener."-

Todos aplaudieron y, al final, el maestro dio un reconocimiento especial a Leo, por ser un gran amigo y haber traído a todos juntos a una nueva forma de jugar.

Al regresar a casa, Leo miró a su madre y le dijo: "Mamá, este lugar se siente como un nuevo barco y yo soy el capitán. ¡Y Tobi es mi fiel tripulante!"- Su mamá sonrió, sabiendo que Leo había encontrado su lugar en el mundo.

FIN.

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