El Gran Día de Paseo



Un día soleado en el corazón de la primavera, decidimos llevar a nuestro hijo, Leo, a un paseo en el parque. La emoción brillaba en sus ojos como el sol en el cielo y, tan pronto como llegamos, salió corriendo hacia el área de juegos.

- ¡Mamá, papá! ¡Miren cuántos juguetes hay! - gritó Leo, mientras corría de un lado a otro.

Nosotros lo seguíamos, riendo, disfrutando de su energía contagiosa. Los columpios eran su primer objetivo. Leo subió rápidamente y comenzó a oscilar hacia adelante y hacia atrás.

- ¡Miren! ¡Estoy volando! - exclamó mientras se balanceaba, y no podía dejar de reír.

Luego pasamos al tobogán, donde bajábamos juntos, como si fuéramos cohetes disparados hacia el suelo. Cada risa, cada grito de alegría, llenaba el aire. Pero pronto, el sol estaba un poco más alto, y decidimos buscar un lugar tranquilo para descansar.

Nos alejamos del bullicio de los juegos y encontramos un hermoso rincón con césped suave y flores de colores. Leo se tumbó en el suelo y observó el cielo.

- ¡Miren esas nubes! - dijo, señalando al firmamento. - Parecen animales.

- Sí, esa parece un perro, y esa otra un pato - respondí, con una sonrisa.

- ¡Hagamos un juego! - propuso Leo. - Vamos a ver quién puede encontrar más formas en las nubes.

Nos tumbamos con él, todos buscando en el cielo. Sin embargo, de repente, escuchamos un llanto cerca de nosotros. Una niña estaba sentada en el suelo, con la cara llena de lágrimas.

- ¿Qué te pasa? - le preguntó Leo, acercándose con curiosidad.

- He perdido mi pelotita - respondió la niña, señalando un lugar más allá de un arbusto.

Leo se miró a nosotros, y, justo cuando íbamos a decirle que eso no era un problema nuestro, él dijo:

- No te preocupes, yo te ayudo a buscarla.

Nos sorprendió su actitud. Leo se levantó rápidamente y comenzó a buscar con la niña. La pequeña sonrió entre lágrimas, al ver la disposición de Leo para ayudarla.

- Gracias, eres muy amable - dijo la niña.

Después de unos minutos, Leo gritó emocionado:

- ¡La encontré! - y sostenía la pelotita, orgulloso de su hallazgo.

La niña aplaudió y su llanto se convirtió en risas.

- ¡Eres un campeón! - le dijo ella.

- No es nada, todos podemos ayudar - respondió Leo, sonriendo.

Luego de jugar un poco con la niña y compartir la pelotita, decidimos que era hora de retomar el paseo. Leo nos hizo una propuesta mientras comenzábamos a caminar de nuevo.

- ¿Y si hacemos un picnic? - sugirió. - Podríamos compartir unas galletitas y frutas.

- ¡Buena idea, Leo! - aprobó papá, y comenzamos a buscar un sitio para instalar nuestra manta.

Finalmente encontramos un hermoso lugar cerca de un pequeño lago. Al sentarnos, sacamos la comida y compartimos risas mientras disfrutábamos de nuestras delicias. Y mientras comíamos, Leo le contó a la niña de las nubes que habían visto antes.

- ¡Un perro volador! - exclamó ella, y todos nos reímos a carcajadas.

Después de compartir la merienda, decidimos dar un paseo cerca del lago. Allí, Leo se detuvo al ver un grupo de patos nadando.

- ¡Miren! Son como nosotros, disfrutando del sol - dijo.

- Así es, Leo - respondí. - Todos tienen su forma de disfrutar un día soleado. Y a veces, ayudar a los demás también es parte de ese disfrute.

Finalmente, regresamos a casa cansados pero felices. Aquel día no solo habíamos disfrutado de un paseo en el parque, sino que también habíamos aprendido algo muy importante: la felicidad se multiplica al compartirla y ayudar a otros.

Y así, el día soleado se convirtió en una hermosa experiencia llena de valiosas lecciones sobre la amistad, la generosidad y la alegría de pasar tiempo juntos.

FIN.

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