El Gran Día del Mono Miguel



Era un miércoles soleado en la selva. El mono Miguel, un pequeño primate curioso con un espíritu aventurero, miraba por la ventana de su árbol mientras sus amigos jugaban afuera. Él se sentía un poco diferente: quería hacer algo especial ese día.

- ¡Hoy es el día perfecto para una aventura! - dijo Miguel, con una chispa en los ojos.

Bajó rápidamente por el tronco y se unió a sus amigos: la tortuga Tula, el pájaro Pipo y el elefante Ezequiel.

- ¿Qué vamos a hacer hoy, Miguel? - preguntó Tula, moviendo sus patas lentamente.

- ¡Vamos a buscar el árbol más grande de la selva! ¡He escuchado que tiene los mejores mangos! - exclamó Miguel, emocionado.

- Pero no sabemos dónde está ese árbol - dijo Pipo, agitando sus alas.

- No importa, con mi habilidad para trepar y su orientación, seguro lo encontramos - respondió Miguel.

Así que comenzaron su búsqueda. A medida que avanzaban, se encontraron con varios obstáculos. Un arroyo los separaba del camino.

- ¿Cómo vamos a cruzarlo? - preguntó Ezequiel, viendo cómo pasaba el agua rápidamente.

- Yo puedo volar por encima - dijo Pipo, pero cuando trató de hacerlo, el viento lo desvió y casi cae al agua.

- No te preocupes, tengo una idea - propuso Miguel.

- ¿Qué tal si hacemos un puente con lianas? - sugirió Tula.

- ¡Genial! - dijo Miguel.

Todos juntos recogieron lianas y las unieron para hacer un puente. Miguel, con su agilidad, fue el primero en cruzar.

- ¡Es seguro! - gritó desde el otro lado, animando a los demás a seguirlo.

Una vez cruzado el arroyo, continuaron en su búsqueda. Pero pronto se dieron cuenta de que la selva estaba muy densa y llena de caminos desconocidos. Miguel se sentía un poco perdido.

- ¿Por dónde seguimos? - preguntó Ezequiel, mirando las largas sombras que proyectaban los árboles.

- Quizás deberíamos volver y pedir ayuda - sugirió Tula, un poco asustada.

- No, ¡no vamos a rendirnos! - exclamó Miguel, decidido. - Debemos confiar en nosotros mismos.

Con esa confianza renovada, Miguel decidió trepar a un árbol alto. Desde lo alto, pudo ver toda la selva.

- ¡Allí! - gritó Miguel. - ¡Veo el árbol grande! ¡Sigamos!

Bajó rápidamente del árbol y guió a sus amigos hacia el impresionante árbol de mangos. ¡Era el más grande que habían visto!

- ¡Lo logramos! - exclamó Pipo, revoloteando alrededor de las ramas.

Pero antes de que pudieran disfrutar de los dulces mangos, se dieron cuenta de que no estaba solo. Un grupo de monos juguetones también había llegado para picar los frutos.

- ¡No podemos compartir! - dijo uno de los monos, mostrando sus dientes.

- ¿Cómo podemos hacerlo? - preguntó Tula, temerosa.

- Esperen - dijo Miguel, muy sabio para su edad. - ¿Y si hacemos una competencia de trepas? El que llegue primero a los mangos puede comer.

Los otros monos se miraron unos a otros y asintieron. Contestaron:

- ¡Aceptamos!

Así, comenzó la competencia. Miguel y sus amigos utilizaron todos sus trucos para trepar, ayudándose entre sí. Pero a lo largo del camino, Miguel se dio cuenta de que lo más valioso no era conseguir los mangos, sino la amistad y la unión.

Así que, cuando llegó primero a los mangos, en vez de quedarse con todos, llamó a sus amigos y a los otros monos.

- ¡Vamos a compartir! ¡Hay muchos mangos para todos! - gritó, sonriendo con alegría.

Los otros monos, sorprendidos por su generosidad, aceptaron la oferta. Todos compartieron los mangos, riendo y disfrutando de la tarde.

Al final del día, Miguel comprendió una lección importante: la verdadera aventura no estaba solo en buscar algo, sino en compartir y disfrutar la compañía de los amigos.

- Nunca pensé que un miércoles podría ser tan especial - reflexionó Miguel, mirando a sus amigos y a los nuevos.

- ¡Siempre habrá un mañana para nuevas aventuras! - dijo Ezequiel, mientras el sol se ponía en la selva.

Y así, el Mono Miguel y sus amigos aprendieron el valor de la amistad y la importancia de compartir, disfrutando de un miércoles que siempre recordarán.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!