El gran día del osito
Era un hermoso día soleado en el bosque de susurros, donde el sol brillaba como un faro. Todo parecía perfecto, principalmente para el pequeño Osito, que estaba a punto de tener un día muy especial en la escuela. Su padre, el Señor Oso, lo miraba con orgullo mientras se preparaba para dejarlo en la puerta de su clase.
"- Papá, hoy tengo una presentación sobre los alimentos del bosque!", exclamó el Osito emocionado, mientras ajustaba su mochila llena de dibujos y notas.
El Señor Oso sonrió. "- Estoy seguro de que lo harás genial, hijo. Tu mamá y yo estamos muy orgullosos de ti. Recuerda, ¡la práctica es la clave!"
"- Sí, papá, lo sé...", murmuró el Osito, aunque en su mente había estado pensando más en las travesuras que había planeado hacer después de la clase que en su presentación.
Se despidieron con un fuerte abrazo y el Señor Oso se alejó, mientras el pequeño Osito entraba lleno de energía. Sin embargo, a medida que se acercaba la hora de la presentación, comenzó a sentir un nudo en el estómago. Tan pronto como se sentó en su pupitre, miró a su alrededor. Ver a sus amigos haciendo las últimas revisiones de sus proyectos lo llenó de inseguridad.
"- ¿Por qué no me preparé?", pensaba el Osito mientras sus amiguitos mostraban orgullosos sus dibujos y gráficos. La maestra, la señora Lechuza, comenzó a llamar a cada estudiante por su nombre.
"- ¡Osito, es tu turno!" - llamó la señora Lechuza con una voz suave pero firme. El pequeño Osito sintió que su corazón latía con fuerza.
Se levantó con miedo, avanzando hacia el frente de la clase. "- No puedo, no puedo... no tengo nada preparado!", murmuró para sí mismo. De repente, su mente se llenó de imágenes de su papá y su mamá, recordándole todas las veces que le habían dicho que la preparación trae confianza. Justo en ese momento, comenzó a temblar.
En vez de rendirse, decidió que no podía defraudar a sus padres. Cerró los ojos un segundo y respiró profundo. Recordó cómo había jugado con sus amigos recolectando bayas, y cómo todas esas experiencias podrían servirle para su presentación. Así que, inspirándose en su entorno, comenzó a improvisar.
"- Hola a todos! Hoy voy a hablar sobre los alimentos del bosque. Los árboles nos dan frutas deliciosas como las moras y las avenas, y...", dijo con voz temblorosa pero decidida. El osito se dio cuenta de que solo debía ser él mismo. Comenzó a compartir historias de sus paseos por el bosque, como cuando encontró un río donde las nutrias jugaban, o cuando se perdió un poco y tuvo que seguir el rastro de las hojas de fresas.
A medida que hablaba, su nerviosismo se convirtió en entusiasmo. Los demás ositos empezaron a aplaudir y animarle. La señora Lechuza sonrió, reconociendo el esfuerzo y la creatividad del pequeño. Al terminar, todos blancos y rosas, celebraron su esfuerzo con aplausos y sonrisas.
"- ¡Bravo, Osito!", gritó una amiga.
"- ¡Sos un gran orador!", le dijo otra. El osito, que después de todo no había estado tan preparado como otros, se sintió feliz y orgulloso.
El timbre sonó, y era hora de irse. Al salir encontró a su padre esperándolo con una sonrisa de oreja a oreja.
"- Papá, ¡lo hice!", dijo el Osito, lleno de alegría.
"- Lo sabía, hijo. Siempre es bueno intentar, incluso cuando no te sientes preparado!", le respondió el Señor Oso mientras le daba un palmadita en la espalda.
Ese día, el pequeño Osito aprendió algo muy valioso: la preparación es importante, pero la confianza en uno mismo puede crear grandes momentos. Desde entonces, siempre se aseguró de estudiar para sus presentaciones, aunque nunca olvidó que, a veces, la mejor preparación se lleva en el corazón y en las experiencias vividas. Y así, a pesar de la pequeña —"tragedia" , el Osito fue capaz de convertir su miedo en una maravillosa lección de vida, concluyendo su día con alegría y la sonrisa amplia de un pequeño campeón.
FIN.