El gran día del Señor León
Había una vez en la vasta y vibrante selva, un majestuoso rey león llamado Leónidas. Él era conocido como el rey de la selva, y su melena dorada brillaba con el sol. Pero un día, Leónidas se despertó con un rugido en su pancita. ¡Tenía un hambre voraz!
Mientras pensaba en su desayuno, se asomó a la ventana de su cueva y vio a sus amigos: la ágil cebra Zuna, el astuto zorro Axel y la sabia tortuga Guto.
"¡Buenos días, amigos!", rugió Leónidas con alegría. "¡Estoy tan hambriento que podría comerme tres veces una cebra!"
Zuna dio un salto atrás, asustada. "¡Pero Señor León, eso no está bien! No podemos vivir en armonía si cazas a tus amigos."
El león, aunque un poco avergonzado, sonrió. "Tienes razón, querida Zuna. ¿Qué puedo hacer para saciar mi hambre sin hacer daño?"
De repente, Axel, el zorro, tuvo una idea brillante. "¡Podríamos organizar un gran picnic en la selva! Todos podrían traer algo de comida. Así, compartimos y no hay necesidad de que nadie se convierta en el almuerzo de nadie."
Leónidas se puso muy contento con la idea. "¡Eso suena magnífico! Vamos a invitar a toda la selva."
Así que Leónidas, Zuna, Axel y Guto comenzaron a correr, invitando a todos los animales: "¡Vengan, amigos! ¡Habrá un gran picnic en la llanura! Traigan algo para compartir y celebremos juntos."
Cada animal llegó con un platillo diferente: las aves traían frutas, las tortugas llevaban ensaladas, y los macacos trajeron nueces y semillas. Cuando llegó el momento del picnic, la llanura se llenó de risas y aromas deliciosos.
Leónidas miraba todo con los ojos brillosos. Cuando llegó la hora de comer, soltó un rugido de felicidad. "¡Qué gran festín! Todos juntos, ¡somos más fuertes!"
Pero justo antes de que comenzaran a servirse, escucharon un ruido extraño. Un pequeño elefante, llamado Eli, estaba lamentándose en un rincón, mirando su platillo de hojas marchitas.
"¿Qué te pasa, Eli?", preguntó Zuna, acercándose al pequeño.
"No puedo participar del picnic porque no tengo comida rica como ustedes...", respondió el elefante cabizbajo.
Leónidas, conmovido, se acercó al pequeño y le dijo: "¡No te preocupes, amigo! Todos somos parte de esta selva, y cada uno de nosotros tiene algo especial para ofrecer. Ven, comparte con nosotros."
Los demás animales se sumaron al llamado del león. "¡Claro, Eli! Puedes disfrutar de nuestras delicias también."
Eli sonrió, y con la ayuda de sus nuevos amigos, pudo disfrutar del picnic como todos los demás. Todos juntos brindaron un gran rugido de alegría. "¡Viva la amistad y la unión!"
Leónidas, satisfecho, se dio cuenta de que su hambre no se basaba solo en la comida. Pero alabando la unión y la amistad en la selva, había saciado un tipo de hambre mucho más querido: la del cariño y la compañía.
Desde aquel día, Leónidas aprendió que la verdadera grandeza no estaba solo en ser el rey de la selva, sino en compartir y cuidarse mutuamente. Y cada vez que se sentía hambriento, sabía que siempre podía contar con sus amigos.
La selva se llenó de risas y amor, y cada año, celebraban el Picnic de la Amistad, recordando que juntos eran invencibles. Y así, el Rey León nunca volvió a sentirse solo ni hambriento, porque siempre estaba rodeado de amigos que compartían no solo comida, sino también alegría y amor.
FIN.