El Gran Dinosaurio y la Casa de Letras



En un pequeño pueblo llamado Laborde, había una querida profesora de lengua llamada Doña Clara. Ella era conocida por su amor por los libros y su pasión por enseñar. Cada tarde, los niños se reunían en su casa, donde compartían historias y juegos relacionados con la lectura. Pero un día, un gran dinosaurio llegó a Laborde. No era un dinosaurio cualquiera; era un Tiranosaurio Rex, tan enorme que sus pisadas hacían temblar el suelo.

El dinosaurio, que se llamaba Dino, había estado buscando algo delicioso para comer. Mientras caminaba por el pueblo, sintió un aroma que le hizo rugir el estómago.

"¡Rugggghhhhh! ¡Qué rico huele!" - exclamó Dino.

Sus nativos, que lo miraban aterrorizados, se preguntaban de dónde venía el olor. Dino se acercó más y más hasta que, de repente, se encontró frente a la casa de Doña Clara.

"¡Esta casa huele a algo verdaderamente delicioso!" - se dijo Dino, mientras salivaba.

Pero Doña Clara no estaba sola. Tenía a sus alumnos en casa, listos para aprender y leer maravillosas historias. Cuando escucharon el rugido de Dino, todos se asustaron y se asomaron por la ventana.

"¡Miren! ¡Es un dinosaurio!" - gritó Lucas, apuntando con un dedo.

"¿Qué hacemos? ¡Se va a comer nuestra casa!" - preguntó Valentina, con los ojos muy abiertos.

Doña Clara, siempre calma y sabia, dijo:

"No se preocupen, chicos. Tal vez sólo tiene hambre. Vamos a hablar con él."

Los niños miraron a su profesora con asombro, pero la confianza de Doña Clara les dio ánimo. Con valentía, salió de la casa y se acercó al dinosaurio.

"Hola, gran dinosaurio. Soy Doña Clara, la profesora de lengua. ¿Te gustaría hablar, en lugar de comerte mi casa?" - preguntó, sonriendo.

Dino, sorprendido por la audacia de la señora, la miró con curiosidad.

"¿Hablar? ¿Y eso se come?" - replicó con una voz profunda.

Doña Clara rió y dijo:

"No, querido Dino. Hablar no se come, pero puede ser mucho más delicioso. ¡Te invito a aprender! ¿Te gusta escuchar historias?"

Los ojos de Dino se iluminaron.

"¡Me encantan las historias!" - respondió fascinando.

Entonces, Doña Clara decidió no sólo salvar su casa, sino también hacer un nuevo amigo. Volvió adentro y regresó con un gran libro de cuentos.

"Te compartiré una historia sobre un héroe que salvó a su pueblo de dragones. ¿Te gustaría escucharla?" - propuso.

Dino se sentó, bastante emocionado, mientras Doña Clara comenzaba a leer. Cada palabra le daban vida a las imágenes en su mente, y el dinosaurio pronto se olvidó de su hambre. Los niños, animados por la situación, se unieron a la lectura, y el aire se llenó de risas y aventuras.

Cuento tras cuento, la tarde pasó volando. Dino nunca había aprendido tanto; además de las historias, empezó a aprender sobre palabras y letras. Al final del día, el dinosaurio ya no tenía ganas de comerse la casa de Doña Clara.

- “¡Leer es mucho más rico que comer casas! ” - dijo Dino, contento.

Doña Clara sonrió, contenta de haber convertido un potencial desfile de destrucción en un hermoso día de aprendizaje.

"Además, yo siempre estoy aquí para enseñarte. ¡Como un buen amigo!" - añadió ella.

"¡Hasta me gustaría ir a la escuela!" - exclamó Dino con entusiasmo.

Así, Dino se convirtió en el estudiante más grande de Laborde y cada semana iba a la casa de Doña Clara, donde le enseñaba el maravilloso mundo de las palabras y los cuentos.

Con el tiempo, Dino no solo se adueñó de un montón de historias, sino que se volvió un gran defensor de la lectura en el pueblo. Ahora, cada vez que escuchaban su rugido, los niños sabían que era porque había nuevas aventuras por contar.

Y así, en Laborde, un dinosaurio y una profesora se habían convertido en los mejores amigos a través del poder de las palabras, mostrando que a veces, lo que parece ser un gran problema puede convertirse en la más maravillosa de las soluciones.

FIN.

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