El Gran Encuentro de los Sonidos
Era una hermosa mañana en Maracaibo, y el aire estaba impregnado del aroma a dulce de lechosa y buñuelos. Las familias se preparaban para la llegada de la Navidad, y en la plaza del pueblo, dos grupos se estaban formando: uno con la tambora, el cuatro y las maracas, y otro con el furruco, un instrumento tradicional que siempre había sido un poco menospreciado en comparación con los demás.
El líder del primer grupo, un joven llamado Pedro, tocaba la tambora con muchísima energía.
"¡Vamos, muchachos! ¡La Navidad no puede faltar! ¡Hay que tocar gaita para que la Chinita nos escuche!".
Los demás lo seguían, entusiasmados pero un tanto competitivos. Era un momento muy esperado en la ciudad y todos querían ser parte de la celebración. Sin embargo, había alguien que se sentía un poco excluido.
A un costado, el furruco, un instrumento más alto con un cuerpo de madera elegante, escuchaba las melodías con un aire de tristeza.
"¿Por qué todo el mundo siempre elige a la tambora y al cuatro? Yo también puedo hacer que la gente baile y ría", pensó para sí mismo.
De repente, apareció la Chinita, la patrona famosa de Maracaibo, montada en su caballo blanco, con un gran sombrero de flores y una sonrisa que iluminaba a todos.
"¡Hola, mis queridos zulianos! ¡Hoy es un día para celebrar! ¿Quién comenzará la fiesta?".
Pedro, entusiasmado, dio un paso al frente.
"¡Yo y mi tambora! ¡Vamos a demostrarles a todos cómo se hace!". La tambora resonó fuerte y claro, y todos comenzaron a bailar al ritmo de la música que salía de sus instrumentos.
Sin embargo, el furruco decidió que ya era hora de demostrar su valía. Se acercó respetuosamente a la Chinita y le dijo:
"Chinita, permíteme un momento. Tengo algo que quiero compartir con todos. ¿Puedo?".
La Chinita lo miró con curiosidad.
"Claro, querido furruco, ¡adelante!".
Con suavidad, el furruco comenzó a tocar una hermosa melodía que resonó por la plaza. Una mezcla de sonidos envolvía el ambiente, como si un manto de alegría cubriera a todos. Las voces de la gente comenzaron a unirse a la música.
"¡Viva la Navidad!".
Pedro, al principio se sintió un poco amenazado.
"¡Eh! ¡Eso no es justo! ¡Queremos tocar solo nosotros!".
El furruco sonrió y le respondió con gentileza.
"¡Pero Pedro! ¡La Navidad no se trata de competir, sino de unirnos y celebrar juntos!".
La Chinita, emocionada por la unión que comenzaba a darse entre los dos grupos, propuso una idea.
"¡Hagamos un gran encuentro! Cada uno de ustedes aportará su ritmo y melodía, y juntos formaremos la canción más hermosa de todas!".
La idea fue recibida con entusiasmo. Así que, a través de ensayos y risas, comenzaron a crear una melodía que incorporaba los sonidos de la tambora, el cuatro, las maracas y, por supuesto, del furruco. Se notaba que cada sonido tenía su lugar, y esa fusión empezaba a sonar maravillosamente.
Sin embargo, un día, mientras practicaban, el furruco se dio cuenta de que no podía participar tanto como los demás.
"Me da un poco de miedo, no tengo la misma fuerza que la tambora. Creo que debería apartarme".
La Chinita, al escuchar esto, lo animó.
"No subestimes tu importancia, furruco. Cada uno tiene algo especial que ofrecer. Toca con el corazón".
Motivado por sus palabras, el furruco volvió a tocar. Esta vez, la melodía brotó de su ser, y así, todos se unieron en un abrazo musical que hizo vibrar la plaza.
Finalmente, el día de la Navidad llegó, y con él, un espectáculo inesperado. La música fusionada resonaba por Maracaibo, y todos bailaban felices en una hermosa fiesta. La Navidad de una vez por todas se había convertido en un símbolo de unidad.
La Chinita, en medio de la celebración, exclamó:
"Esta gaita marabina es un símbolo nacional de alegría, unión y amor. ¡Brindo por la amistad y el respeto!".
Así, el furruco, la tambora, el cuatro y las maracas se convirtieron en los mejores amigos, y juntos crearon una nueva tradición que se transmitiría de generación en generación. La magia de la Navidad, entonces, no solo eran los sonidos, sino la unión de sus corazones.
Desde ese día, Maracaibo no solo celebraba la Navidad con gaita, sino también con un mensaje: Cada uno, sin importar sus diferencias, tiene un lugar especial en el corazón de los demás. Y el furruco, quien siempre había querido ser parte de la fiesta, ahora era un verdadero ícono nacional de la gaita marabina.
El pueblo cantaba al unísono,
"¡Feliz Navidad a todos! ¡Que viva la música y la amistad!".
FIN.