El gran enredo navideño



En un frío taller en el Polo Norte, Santa Claus y sus siete duendes estaban muy ocupados preparando los regalos para la Navidad. Cada duende tenía una tarea específica: uno envolvía regalos, otro pintaba juguetes, y otro más probaba los trineos. Pero entre tanta actividad, algo extraño estaba a punto de suceder.

El narrador, que se encontraba cerca para contar la historia, observó a los duendes con una sonrisa. "Parece que este año la Navidad va a ser muy divertida", dijo, ajustándose sus anteojos.

“¡Eh, duendes! ¡Vamos que hay mucho por hacer! ””, gritó Santa con su risa característica mientras se acomodaba el gorro rojo. E inmediato, los duendes corrieron hacia sus estaciones de trabajo.

“Yo soy el más rápido envolviendo regalos”, dijo Duende Rápido, mientras corría de un lado a otro.

“Y yo el más fuerte, ¡miren cómo cargo esto! ” dijo Duende Fuerte, levantando un regalo de tamaño enorme y casi cayéndose.

"Cuidado, Fuerte! ¡No quiebres el árbol de Navidad antes de que llegue la noche!" le advirtió Duende Precavido, sacando una regla.

De repente, Duende Curioso se le acercó a Santa. “¿Puedo probar una de las galletas que vas a llevarles a los niños? ” preguntó.

“Solo si prometes no comerte todas”, respondió Santa, divertido.

Sin embargo, Duende Curioso se subió a un taburete para alcanzar la mesa llena de galletas. Pero en lugar de galletas, encontró un bote gigante de mermelada de frambuesa. “Mmm, esto también está muy rico”, dijo mientras se untaba las manos y empezó a deslizarse por todo el taller, dejando un rastro de mermelada por todos lados.

“¡Ay, no! ¡Mermelada por todos lados! ¡Ahora somos los duendes pegajosos! ”, gritó Duende Limpio, intentando limpiar el desastre.

“¡Eso es lo que pasa cuando dejas que el curiosito se acerque a la comida! ”, río Santa, intentando contener las risas.

Pero la diversión no terminó allí. Duende Triste comenzó a quejarse. “No entiendo por qué no podemos hacer un solo regalo normal este año”, dijo con cara de preocupación.

“Calma, amigo. Hoy es un día especial. Hagamos un regalo diferente, algo divertido”, dijo Santa mientras acariciaba su barba blanca.

Y ahí fue donde sucedió el gran enredo. En lugar de hacer un solo regalo clásico, los siete duendes comenzaron a hacer los regalos más raros que se imaginaban: un reloj que tocaba cumbia, un caracol que hablaba, y hasta un pingüino inflable que decía “¡Feliz Navidad! ” cada vez que alguien pase cerca.

“¡Esto es una locura! ”, reía el narrador, mientras escribía en su cuaderno.

Finalmente, cuando llegó la noche de Navidad, Santa miró todos los regalos y les dijo a los duendes: “¿Están seguros de que estos son los mejores regalos para los niños? ”

“¡Claro! Porque lo importante no es el regalo, sino la risa y la diversión que traen”, respondió Duende Sorpresa.

Al llegar a la casa de la primera familia, Santa empezó a dejar los regalos. Cuando los niños los abrieron, no podían parar de reírse. “¡Esto es mejor que cualquier cosa! ” gritó uno de ellos al ver el caracol que hablaba.

“¡Mira, se mueve! ”, dijo otro mientras perseguía al pingüino inflable que se fugó de la caja.

Y así, aquel año, Santa y los duendes aprendieron que a veces es bueno romper un poco la tradición.

“¡Gracias, duendes! ¡Ustedes son los mejores! ”, exclamó Santa mientras se reía.

Y desde entonces, cada Navidad, los duendes y Santa se esfuerzan por traer un poco de locura y diversión a las casas de los niños de todo el mundo.

El narrador sonrió mientras terminaba la historia, asegurándose de que todos recordaran que el espíritu de la Navidad no está en los regalos, sino en compartir risas y buenos momentos juntos. ¡Fin!

FIN.

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