El Gran Festejo de Juanito y su Abuela
En un pequeño pueblito de Perú, donde el sol brillaba intensamente y la música siempre estaba presente, vivía un niño llamado Juanito. Su abuela, doña Rosa, era una mujer sabia y alegre que siempre le contaba historias sobre sus raíces afroperuanas. Un día, mientras jugaban en el patio, Juanito le preguntó:
"¿Abuela, por qué nuestras tradiciones son tan importantes?"
"Porque son parte de quienes somos, Juanito. Celebramos la vida a través de la música, el baile y la alegría. Hoy, vamos a prepararnos para el gran festejo de nuestra comunidad. ¡Es el año de la fiesta!"
El corazón de Juanito dio un brinco de emoción. El festejo afroperuano era algo mágico, donde todos se reunían a celebrar y recordar su cultura.
Cuando llegaron al mercado, la abuela le mostró a Juanito cómo elegir los ingredientes para la famosa comida que prepararían. Compraron frijoles, plátanos y un montón de especias. Mientras cocinaban, doña Rosa le enseñaba canciones tradicionales y movimientos de la danza de la zamacueca.
"Mirá así, Juanito, mueve las caderas como las olas del mar", sonrió doña Rosa.
Esta preparación duró varios días. Cada mañana, Juanito despertaba con la música de su abuela sonando en la cocina. Pero había un pequeño problema: Juanito era tímido. Tenía miedo de bailar y actuar delante de la gente. Un día, mientras preparaban unos deliciosos anticuchos, le confesó a su abuela:
"No sé si podré bailar en la fiesta, Abuela. Me da miedo que se rían de mí".
"Mi niño, ¡no tienes que tener miedo! La alegría es lo que importa, y esta fiesta es para compartirla con los demás. Recuerda que todos estamos aquí para divertirnos juntos".
Con el paso de los días, Juanito empezó a practicar en secreto. Una noche, se asomó a la ventana y vio a sus amigos bailando en el patio de su vecino. La música lo envolvía. Juanito sintió que el ritmo llamaba su corazón y decidió unirse a ellos. "¿Puedo bailar con ustedes?"
Sus amigos, felices, lo animaron "¡Claro, ven y únete!". Poco a poco, Juanito fue soltándose, riendo y moviéndose al ritmo de la música. Se dio cuenta de que la danza no era solo un movimiento, sino una forma de expresar alegría y conexión con los demás.
Finalmente llegó el día del gran festejo. La plaza estaba decorada con coloridos banderines, y el aroma de la comida llenaba el aire. La música comenzó a sonar y la gente se reunió en un círculo, aplaudiendo al ritmo del cajón y las guitarras.
"¡Vamos, Juanito! ¡Es hora de mostrar lo que aprendiste!" gritó doña Rosa.
"Yo puedo, ¡yo puedo!" se animó Juanito, dando un paso al frente.
Todas las miradas se centraron en él. Al principio, sintió un cosquilleo en su pancita, pero cuando la música comenzó a sonar, se dejó llevar. Bailó con alegría, mostrando sus pasos como si el ritmo fluyera por su cuerpo. La gente lo aplaudía, y su abuela lo miraba con orgullo.
Al final, todos bailaron juntos, riendo y disfrutando de la fiesta. Juanito entendió que la danza era una forma de celebrar la vida y su herencia.
"¡Gracias, Abuela! No sabía que bailar era tan divertido. ¡Hoy aprendí lo que significa ser parte de nuestra cultura!"
"Siempre, mi niño. Celebramos nuestras raíces en cada paso, en cada canción. ¡Es nuestro legado!"
Desde entonces, Juanito no solo disfrutó del gran festejo del pueblo, sino que también se convirtió en un embajador de la cultura afroperuana al bailar y compartir las tradiciones con todos sus amigos. La música y el baile se hicieron parte de su vida, y así, la alegría de su herencia nunca se apagó. El festejo se convirtió en un símbolo de unión, amor y felicidad para todos.
FIN.